La actual bestialidad del Dàesh y la tradicional brutalidad de las guerras están asolando Siria, y con su territorio tesoros artísticos de incalculable valor, como la ciudad romana, pero siria, pero universal, de Palmira.

Alepo, la segunda capital, tras Damasco, es hoy la ciudad con mayor índice de sufrimiento del mundo.

De su orgullosa planta, de sus barrios y polígonos industriales, de sus dos millones de habitantes y de su esperanzador futuro no queda nada, apenas un montón de escombros entre los cuales siguen resistiendo unas pocas decenas de miles de seres humanos desesperados, para los que el Papa Francisco ha pedido, rogado, suplicado clemencia, exigiendo a las grandes potencias implicadas en el conflicto que cesen los bombardeos y respeten el alto el fuego.

A la destrucción de las actuales capitales sirias hay que añadir, por desgracia, la aniquilación de las viejas ciudades persas y romanas de la Ruta de las Especias, como es ?casi habría que escribir: como fue? Palmira.

Paul Veyne, profesor honorario del Collège de Francia, y uno de los principales historiadores franceses de la Antigüedad romana, ha regresado a la destruida Palmira para fotografiar sus restos y escribir un libro homenaje: Palmira, el tesoro irremplazable (Ariel), cuya lectura nos conmueve y enerva, nos sensibiliza y levanta, logra a la vez que nuestra veneración hacia el pasado aumente en la misma proporción que nuestro desprecio al presente, sin futuro, de los vándalos que fueron capaces de dinamitar el templo de Baalshamin, destruido el 23 de agosto de 2015, el templo de Bal, destruido el 30 de agosto, la Torre Funeraria, destruida a principios de septiembre...

Con esas y otras horribles mutilaciones Palmira, patrimonio mundial de una humanidad de la que hay que excluir al yihadismo, sigue en pie, en medio del desierto, donde se levantó hace cuatro mil años con el nombre de Tadmor, como auténtica encrucijada entre los caminos de Oriente y Occidente, entre la India, China, Mesopotamia, Persia y Roma. En el siglo I de nuestra era, bajo el emperador Tiberio, pasaría a dominio romano, alcanzando su plenitud con el mandato de Adriano.

El horror se ha cebado en ella, como en el resto de Siria, y nada hace pensar que el fuego y la destrucción no sigan asolando ese país y su glorioso pasado. H