Recientemente, tuvimos la oportunidad de disfrutar en el Teatro Principal de Zaragoza de una representación de los Entremeses de Miguel de Cervantes, a cargo del Teatro de la Abadía, dirigido por José Luis Gómez. Con la meritoria coproducción del propio Teatro Principal, en una operación de indudable prestigio, pues la obra itinerará por toda España.

En las tres piezas que la compañía puso en pie --La cueva de Salamanca, El viejo celoso y El retablo de las maravillas--, pudimos comprobar, no sin asombro, cómo aquellos tipos, caracteres, arquetipos del siglo XVI se siguen reproduciendo prácticamente al pie de la letra en el siglo XXI. Cómo aquellos alcaldes y gobernadores, soldados y poetas, eclesiásticos y ricoshombres anticiparon muchos de los vicios, corruptelas, carencias y mezquindades que siguen caracterizando o asolando a nuestro país, según el cristal con que se mire el entremés.

Ahí, en los Entremeses cervantinos, está la picaresca de cuerpo entero, el gran vicio nacional, y acaso su esencia.

Vemos, gracias a la pluma de Cervantes, quien escribió estas piezas a modo de entretenimientos o entreactos, al español del Siglo de Oro, como al de hoy, entrampado en sus apetitos más básicos, carnales y monetarios, amorosos, dinerarios, prestos al robo del dinar y del beso, al pellizco a la moza y a la bolsa. O, en medio del general jolgorio, a los gritos y bailes en la plaza mayor, a la risa burlona de todo, a la inconstancia e insatisfacción del alma, reducida al yantar, al murmurar, al maldecir, a herir con la palabra o el filo de la espada, a beber el vino áspero de las tabernas plagadas de jaques, espadachines, correveidiles, hidalgos sin un mendrugo que llevarse a la boca y Dulcineas al servicio de los más bajos instintos.

Esa España de entremés, que no de primer plato, es, en su ligereza, la que va perdurando al paso de la historia. Desmemoriándola, como se olvidan los cuernos del viejo celoso, los chistes y chismes del rijoso frailuco o las querencias de las mozas con paja en el pelo; como se olvida la necesidad del país de un régimen riguroso, de una política seria, de un objetivo digno; como se olvida combatir la corrupción, la pereza, todas las lacras combinadas por la molicie del poder, de la monarquía, de los señores, del clima.

Un aviso cervantino de indigestión, aún a base de ricos entremeses.