Chris Froome tiene siete vidas. Nunca se entrega y jamás debería darse por muerto. Quizá sea el corredor contemporáneo que más parece sufrir y menos disfrutar mientras pedalea, como si odiase el oficio. Quizá. Pero, aunque no gane el Giro, aunque la lógica indicase que, visto lo sucedido en los primeros días de carrera, lo mejor era olvidarse de Roma y comenzar a centrarse en París, él peleará, luchará, defenderá cada palmo de carretera y no mirará atrás aunque sienta, como ayer en su majestuoso y a la vez agónico triunfo en el Zoncolan, el aliento del líder, Simon Yates.

Si hubiera que dar el premio a la mejor etapa en lo que va de año ciclista 2018, sin duda y sin discusión, se lo llevaría la ascensión al Zoncolan, posiblemente la etapa reina, que no es lo mismo que decisiva, de esta edición de la ronda italiana. Lo tuvo todo: épica, sufrimiento, dureza y miles de espectadores.

¿Atacaría Yates? ¿Resistiría Tom Dumoulin? Era la primera incógnita que debía resolver el Zoncolan. Y ambas se produjeron. Demarró Yates para contestar al ataque de Froome y Dumoulin subió mirando la calculadora, pensando en la contrarreloj del martes y sobre todo mentalizado para ceder unos pocos segundos a la maglia rosa, apenas medio minuto y colocarse en la general a 1.24 minutos de Yates, al margen de lo que ocurra hoy.

Hasta aquí todo perfecto y previsto en el guion del Giro. ¿Todo? Todo no, porque faltaba lo que el público italiano deseaba. Y lo que quería era ver a Froome. Sucedió. Victoria del británico de Kenia, con el líder Simon Yates a solo seis segundos.