Arriba en junio del 2008 tras el descenso, con la clara apuesta de Agapito Iglesias en usted.

—Aquella apuesta fue importante por el proyecto que se ofrecía. La idea que me transmitieron fue la de recuperar la categoría y, con una base importante para la siguiente temporada, luchar por Europa. Era una idea atractiva, en un Zaragoza que pasaba por una etapa difícil tras un descenso inesperado. Llegamos con ilusión, con las perspectivas de un gran proyecto que pronto vimos que no era tal y que el club estaba inmerso en unos cambios de criterio constantes que hacían difícil una planificación a largo plazo y sentar unas bases.

—¿Cómo era el Zaragoza de Agapito Iglesias que se encontró?

—Un Zaragoza de convulsión constante, de ir y venir, de cambios de criterio basados en perspectivas económicas a veces reales, pero muchas otras ideales. Normalmente eso se transmite en la confección de la plantilla y en la irregularidad competitiva.

—Al Zaragoza le costó arrancar. ¿El inicio ya fue difícil?

—Sí, pero eso es algo que sucede de forma común en los que bajan, como ahora con el Rayo o con el Getafe. Cuando un equipo aún más grande, como lo fue el Villarreal o el Zaragoza, o en su día el Atlético, baja, todo se hace muy complicado. Se da por hecho el ascenso automático y eso genera, si los resultados no son positivos, niveles de ansiedad en el vestuario y en el entorno difíciles de aceptar y de gestionar.

—Usted pidió que de Oliveira, Milito y Sergio García se quedaran dos. Solo siguió Oliveira, pero había una buena plantilla en Segunda, con Ewerthon, Gabi, Jorge López, Ayala…

—Sí, la había. La pretemporada había sido complicada por las salidas tardías, también algunas de las llegadas. Diego Milito y Sergio se fueron el último día. Agapito me prometió que al menos se iban a quedar dos, porque esa fue una de mis peticiones para venir. De las peticiones que realicé, poco se hizo en realidad. A los primeros nombres, el Zaragoza no llegó a ninguno, pero con ese caos tuve que vivir.

—Y en enero se fue Oliveira. ¿Cómo se tomó todo aquello?

—Nos quedamos flojos arriba, porque además no se trajo a nadie. Aquello era… A veces yo no daba crédito a lo que sucedía. Es que no solo pasó esa temporada, sucedió también en las siguientes. Fueron años de deterioro constante. Ahora, tras el cambio de propiedad, mi deseo es que se vayan sentando esas bases para que el Zaragoza modifique el rumbo, que parece que así es.

—En la segunda vuelta llega el debut de Ander Herrera. ¿Esperaba la progresión que le llevó hasta el United y la selección?

—Cuando un chico debuta no solo el talento lo define como jugador top o no. Hay otras variables: madurez, profesionalidad, gustarle el fútbol, buena actitud… Todo eso le hará desarrollar el talento. Y Ander era ya un chico maduro. Se reunían muchas circunstancias para pensar que podía llegar alto. Y él tuvo esa constancia, ya que a veces pasa en jugadores jóvenes que pierden los valores al llegar al éxito.

—Además, estar en Segunda sí facilita a los chicos de la cantera dar el salto. La distancia es más corta y la necesidad, mayor.

—Para que salgan chicos de abajo, lo primero es que los haya buenos y, lo segundo, que no tengas una plantilla larga en el primer equipo. Nosotros trabajamos en plantillas cortas para dar cabida a chicos de la casa. Si después lo demuestran, pues adelante.

—Otro que también llegó alto de aquel Zaragoza fue Gabi.

—Para mí era una pieza muy importante. Quizás muchas personas no pensaban así, pero era nuestro mediocentro fijo, el más solvente. También eso motivó el desplazamiento de Zapater hacia otra zona del campo. Gabi supo, con su capacidad y su talento, mantener una serie de valores y hay equipos que favorecen la proyección y el estatus, lo que le ha pasado en el Atlético, que ha funcionado muy bien y su rendimiento individual subió. Me alegro mucho por él. Creo que con Gabi el tiempo me dio la razón, pero sobre todo se la dio a él.

—A Gabi desde que usted llegó se le vio más delgado. Y lo mismo a otros jugadores que dirigió. ¿Tiene obsesión por el peso?

—Me sabe mal cuando me lo dicen. Mi cuerpo técnico y yo consideramos que los niveles de músculo y de grasa son un valor importante en el rendimiento. Igual que la preparación física, la táctica o la estrategia. Intentamos dominar todos los aspectos. Y ser un buen profesional ayuda a ello. Pero no es que lo diga yo o esté obsesionado. Si miramos a los jugadores más talentosos vemos que estar en unos niveles idóneos aumenta el rendimiento sí o sí. Esto ya se sabe hace tiempo, desde que Maradona bajó en 1986 ocho kilos para ganar el Mundial con Argentina.

—El Zaragoza hizo una gran segunda vuelta y subió. ¿Cuál fue la clave del ascenso?

—El equipo ganó confianza y autoestima con los buenos resultados y éramos consistentes, aunque teníamos días mejores o peores en el juego. Fue una Liga competitiva y hubo que sumar muchos puntos.

—¿Le molesta que se quite valor a aquel ascenso?

—No. Y tampoco vivo pendiente de ello. Un ascenso siempre tiene valor y el Zaragoza ahora es un buen ejemplo para hablar de eso. Conseguimos tres (Recre, Zaragoza y Villarreal) y cada uno es diferente. El del Zaragoza tenía muchos aspectos en contra, fue el más difícil, porque pocas cosas se hacían con raciocinio y con normalidad. Y, a pesar del caos, se logró. Eso sí, cuando se sube el mayor mérito es de los jugadores, no del entrenador.

—Tras subir, ¿el segundo verano aún fue más difícil?

—Con el ascenso nos quedaba la esperanza de volver a rearmar el proyecto. No fue así, porque había unos problemas económicos y estructurales enormes. En el segundo verano casi todo se hizo diferente a lo que se pensaba. Así fueron las circunstancias y para mí acabaron en destitución. Pero se vio que yo podía ser un problema, pero no el principal.

—¿No quiso fichar a Falcao?

—Tras un despido, siempre se le echa la culpa al entrenador de muchas cosas. Lo de Falcao habría que ver si se podía fichar, porque entró el Oporto y se fue allí por unas cantidades muy superiores a Uche. Yo, a la hora de elegir, prefería a Uche porque él conocía la Liga y yo su capacidad. Falcao venía de Argentina y debía adaptarse. A veces el club alardeaba de mucho dinero, pues que hubiera fichado a los dos. Como no había tanto dinero se tuvo que atender a una petición solo, en la que había personas en el club de acuerdo. La mala suerte es que se lesionó Uche, cuando en verano ya se vio que marcaba diferencias.

—¿Qué porcentaje tuvo de culpa en la salida de Zapater?

—El club decidió y yo no puse ninguna traba, no me opuse. Para jugar de pivote teníamos dificultades en la creación y había jugado de lateral. Llegó una opción buena para todas las partes, pero no fui el que empujé a Zapater a salir.

—En el 2009 llega Poschner a la dirección general. ¿Cómo fue su relación con él y con Antonio Prieto, director deportivo?

—No tengo muchas ganas de hablar de ello. Tienes una relación con unas personas y el tiempo pone a cada uno en su sitio, es el juez. Y creo que así sucedió en este caso. No guardo rencor a nadie, no va con mi forma de ser.

—¿Se sintió defraudado con Agapito Iglesias?

—Engañado, más que defraudado. Cuando él tiene la primera conversación conmigo ahí queda todo claro, y los otros actores fueron llegando. Esa experiencia en el club fue muy dura, me enseñó muchas cosas y por eso guardo un recuerdo no grato, pero sí positivo. Me enseñó a convivir diariamente con una situación de máxima dificultad. Me sirvió para tener una serie de lecciones magistrales y después guardo un gran recuerdo de la ciudad, de la gente. Las circunstancias adversas pueden llegar por los resultados, porque el fútbol tiene eso, ese componente imprevisible, aunque siempre se debe intentar hacer las cosas con coherencia, pero es que de verdad que era un caos total, un problema diario con algunos personajes con los que me tocó convivir.

—Es destituido en la jornada 14. Usted dijo que, con los números, ese despido estaba justificado, el Zaragoza no logró arrancar...

—El equipo era limitado en algunas posiciones. La lesión de Uche en la segunda jornada, no poder alinear al principio a Lafita... Nos quedamos muy vacíos en la punta de ataque y había poca capacidad de gol. En los equipos cuando la responsabilidad de un mal momento es muy alta del entrenador tienen una reacción, si no inmediata, sí rápida al irse este. Cuando me fui, en los siguientes cinco partidos, solo se lograron dos puntos. La reacción no se produjo hasta que llegaron siete fichajes a finales de enero y además varios de ellos dieron un muy buen rendimiento.

—Me siento sentenciado, pero no ejecutado, dijo antes de su último partido, ante el Athletic. ¿Se arrepiente de aquello?

—Quizás pude haber evitado decirlo, pero era el sentimiento que tenía. Y se demostró. Perdimos y se me echó por los resultados y porque tenían ganas de hacerlo hace tiempo, no por la frase.

—Una frase que generó un debate en La Romareda, que tomó claro partido por usted aquel día.

—Yo he recibido de diferentes aficiones mucho apoyo, pero aquel fue con resultados negativos, lo que tiene aún más valor, lo que te refuerza más. En el fútbol, cuando las cosas van bien, todo es sencillo y hay alabanzas para todos. Pero si las cosas van mal, la afición, que es sabia, ya tenía claro dónde estaba lo malo. Y la gente antes, durante y después tomó partido hacia un lado. Y quede claro que para mí todo aquello también fue una decepción enorme, porque tenía mucha ilusión, como la meto siempre en cualquier proyecto al que voy, y acabarlo así, con mi primera destitución, fue un palo gordo.

—El club argumentó en su despido que no le vio convencido de la permanencia en Primera.

—Sí, es así. Tenía la idea de llegar a a diciembre lo mejor posible y reforzar el equipo. El objetivo era aguantar y acertar en enero y siempre hablábamos de menos refuerzos de los que se hicieron. Pero a mí se me dijo que la idea era no fichar o traer a uno como máximo. En esa situación, era mejor traer a otro entrenador que estuviera convencido.

—Tras salir de aquí, pasó por Sevilla en una etapa corta y al Villarreal lo sacó de Segunda para llevarlo a la previa de la Champions la temporada pasada. ¿Cómo explica su destitución de ese club este verano?

—Son circunstancias y asumo que la rescisión de un contrato es parte de nuestro trabajo como entrenadores. Pasé en el Villarreal 44 meses extraordinarios y dos de dificultad. Había una gran ilusión por jugar la Champions, pero hubo circunstancias que nos llevaron a una incomodidad grande y a una decisión inesperada. El club la tomó y la respeto.

—Esta temporada no puede dirigir en España por eso. Ha estado cerca del Inter y ha tenido ofertas de fuera. ¿Hacia dónde encamina su carrera?

—No hay un plan. Hace dos meses no pensaba que el Inter iba a ser una posibilidad, surgió y estuvimos bastante cerca. Ahora estamos abiertos a salir fuera de España si se dan las circunstancias adecuadas. Inglaterra me gusta, pero el idioma es un problema que estamos intentando que sea menor. Ya se verá por dónde va todo. Me tomo las cosas con tranquilidad, porque no tenemos el agobio de entrenar donde sea y a cualquier precio. Hemos llegado como cuerpo técnico a un nivel determinado, podemos esperar a esa oportunidad que nos satisfaga desde todos los puntos.

—¿Cómo ve al Zaragoza esta temporada? ¿Cree que será la del ascenso?

—Lo veo en una dinámica irregular, con unos resultados que no están teniendo continuidad en una racha y que ya llevaron al cambio de entrenador, pero hay poca distancia entre todos y, salvo el Levante que se escapó y ahora anda menos fino, existe mucha igualdad. Creo que el Zaragoza estará luchando ahí hasta el final y ojalá vuelva a Primera, por el cariño que le tengo y porque la ciudad, el estadio y la afición son para la élite. Tiene que estar ahí, por historia también. Es raro verlo en Segunda tanto tiempo.