Si se pronuncia el nombre de Marcel Kittel en el Tour enseguida se le ve vestido con el jersey verde, el que acostumbra a identificar al rey de la velocidad y a continuación se le sitúa batiendo de forma clara, fulminante, al resto de contrincantes, a toda la colonia de esprínters, con facilidad. No hay quien pueda con el poderío del corredor alemán, que ya suma cuatro triunfos de etapa y que aparece como candidato a imponerse en cuantas posibles llegadas masivas se vean de aquí a París.

Kittel es, sin duda, uno de los héroes de esta ronda francesa que circula al son de los pedales de Chris Froome y de sus compañeros y protectores del conjunto Sky. A él, de hecho, le dejan disputar las llegadas masivas porque en eso no se meten y porque también les conviene que equipos como el Quick Step les quiten trabajo en etapas como la que condujo al pelotón a Bergerac, la ciudad que tuvo como símbolo a un Cyrano hasta que en 1994, con una contrarreloj memorable, Miguel Induráin fue bautizado como Tirano de Bergerac.

Induráin era un tirano, en el buen sentido de la palabra, si es que lo tiene, cuando llegaban las contrarrelojes. Alberto Contador, en cambio, sufre y aprovecha para reponerse de las heridas en etapas como la que ganó Kittel. Al menos en la meta dijo haberse encontrado mejor de lo que esperaba. Los Pirineos están cerca. Vuelve el espectáculo.