Si ya había quedado claro que Agapito Iglesias se ha propuesto 'gasear' el Real Zaragoza con la liquidación progresiva del club en toda su dimensión deportiva y social, la confirmación oficial de la brutal pérdida de abonados esta temporada --8.000-- ratifica el éxito exterminador del empresario soriano. El propietario ha logrado triturar la médula de la institución, la afición militante, que ha desertado de la vergüenza, el ninguneo y la ignominia. De un personaje que provoca bochorno y cuya única relación con la entidad se sustenta en un paquete de acciones sin valor que le permiten mercadear con la marca del zaragocismo.

Los seguidores que, pese a todo, han decidido continuar presentándose en La Romareda merecen un diploma de fidelidad, pero con el mismo sello de autentificación de lealtad de los que han optado por no renovar su carnet. En el fondo, nadie se ha ido. Todos son hijos de un mismo sentimiento, de una pasión indestructible estén dentro o fuera del estadio, de una batalla o deseo común de que Agapito abandone la casa que les pertenece o de que alguien con algo de decencia y valor político descabalgue a este jinete apocalítico.

La cantidad de bajas resulta impactante y, sobre todo, dolorosa. Lo saben muy bien quienes se han negado a seguir participando en esta masacre, a ser el alimento de un gobierno autócrata después de haber dilapidado jugadores, entrenadores, directivos, empleados, escudo (que tuvo que readmitir) con el único fin de ostentar un poder apestoso aun bajo el barniz del perfume de la legalidad.

Se han desvinculado de esta farsa abonados de todas las escalas de antigüedad. Veteranos de Torrero; románticos de los 'Magníficos' y los 'Zaraguayos'; príncipes de París y de Montjuïc... Este sacrificio no ha sido fácil, pero han estimado que la mejor defensa del Real Zaragoza como gran patrimonio de la Comunidad y de su corazón, consideración que pasan por alto con cobardía y silencios cómplices Rudi, Biel, Belloch y toda la tropa de políticos tibios que por momentos parecen súbditos del propio Agapito, es salirse de la fila de ejecución.

"Papa, ¿por qué no somos del Real Zaragoza?" Claro que lo son. Más que nunca. La Romareda se divide ahora en los héroes que van y en los que no están. Se les escucha a ambos entre gritos de apoyo y rugidos de lamento. Pero sí, es cierto, Agapito Iglesias no ceja en su empeño aniquilador y ha restado 8.000 almas a la sarta de cuentas de su despreciable rosario. La historia le tiene un lugar reservado y no será muy acogedor. El problema es que antes envíe al Real Zaragoza al horno crematorio.