Los emprendedores y empresarios aragoneses han encontrado en el exterior el dinamismo necesario con el que compensar nuestro estancamiento interno. Sin embargo, en ocasiones, la incertidumbre que rodea a una iniciática estrategia de internacionalización pesa sobre las decisiones a tomar que se vuelven temerosas, inseguras y apocadas. Diferente idioma, costumbres, historia o diferentes mentalidades pesan como losas.

¿Qué les parecería encontrar una ciudad de un país extranjero con gran parte de las infraestructuras por construir? Pero que cuenta con un plan de desarrollo urbano aprobado y que ya ha empezado a implantarse. Con una densidad de población, es decir con un número potencial de consumidores, muy superior al de sus vecinos. Una ciudad que, a pesar de los entornos violentos en los que se mueven muchas zonas emergentes, no necesita cuerpo municipal de policía. Su política social se basa en la cohesión y no en la represión. Una ciudad que pudiera ser punta de lanza de mercados poderosos (EEUU, Méjico...). Una ciudad en la que ya están implantadas farmacéuticas españolas y multinacionales de otros sectores y de otros países. Una ciudad que habla nuestro idioma y cuya tradición presume de su importancia como centro logístico. A 15 minutos del puerto marítimo más importante del país y a 20 de la capital.

Una ciudad cuya patrona es la Virgen del Pilar y que celebra su festividad el 12 de octubre. Una ciudad que decidió llamarse por su nombre actual debido a los vientos anómalamente extraños que azotaron la ciudad cuando quisieron cambiar su antigua denominación (Tempisque), por la actual y que los lugareños interpretaron en 1860 como designio divino a favor del cambio del nombre (No. No se llama cierzo, ese viento). Una ciudad cuyo campo de fútbol está pintado de azul y blanco. Efectivamente, estamos hablando de una de nuestras hermanas pequeñas: la ciudad de Zaragoza en El Salvador. Y el equipo de fútbol se llama: CD Real Zaragoza, claro.