"El PP gana, pero pierde...". La frase fue pronunciada ayer por casi todos los colegas de radios y televisiones. ¿Gana... pero pierde? No hay tal. Cuando un partido que hace cuatro años asentó su hegemonía en toda España (en Aragón, por supuesto) se deja dos millones y medio de votos y más de diez puntos porcentuales, desciende a su peor suelo en más de veinte años y abandona el poder en numerosas instituciones, no hay victoria que valga. Es un desastre. Tampoco puede cantar victoria el PSOE, que venía de la catástrofe de hace cuatro años, y todavía se ha dejado en la gatera dos puntos y medio y setecientos mil sufragios. El suelo de los dos grandes partidos ha cedido. Ya apenas suman, en el computo global, el 50% del voto emitido (en nuestra Comunidad, están por debajo).

¿Han captado la dimensión de este fracaso? ¿Entienden que ha empezado un nuevo ciclo político? No. En una alucinante rueda de Prensa celebrada ayer al término de la reunión de la Ejecutiva Nacional del PP, Mariano Rajoy evitó toda autocrítica, se aferró a que su partido ha sido "el más votado" (un concepto desfasado que también Ciudadanos se empeña en usar). Y mientras repetía obsesivamente ¡el mismo argumentario de la campaña!, aseguraba que no hará cambios ni en su partido ni en el Ejecutivo. Poco antes, Luisa Fernanda Rudi había confesado que ella sí se está preparando para abandonar "más adelante" la presidencia del PP aragonés y su escaño en las Cortes. Otros muchos derrotados aguantaban sin darse por aludidos.

Hace apenas unas semanas, los líderes de los dos partidos británicos vencidos en las generales de Reino Unido, laboristas y liberales, dimitieron de forma automática pocas horas después de que los electores les dieran la espalda. En España, algo así es impensable. En las últimas veinticuatro horas, desde el inefable Carlos Floriano, responsable de la campaña del PP, hasta Rita Barberá, la alcaldesa que ya no lo será más, aún buscaban una explicación positiva a la situación. La valenciana incluso parecía soñar en ponerse a la cabeza de una "coalición contra los radicales". Puro delirio.

En Aragón los fracasos tienen nombre y apellido. Rudi, desde luego. El conservador Suárez y el socialista Pérez Anadón, candidatos a la alcaldía zaragozana, se han dado un batacazo que habría de traer aparejada su renuncia inmediata. No parece que vayan a tomar dicha medida.

Éste es un primer factor a tener en cuenta en medio de la resaca del 24-M. Frente a quienes aseguran que los resultados de estas elecciones autonómicas y municipales no son extrapolables a las generales que vendrán en otoño, la lógica más elemental indica que sí, que esa extrapolación es válida como ya lo fue en el caso de las europeas (¿se acuerdan de las bobadas que se dijeron entonces al respecto?). Es más, el hecho de que los nuevos partidos y en particular las nuevas izquierdas hayan irrumpido movilizando al electorado más dinámico (urbano y joven) indica que el proceso irá a más. Es imparable.

Los resultados electorales son siempre una versión aritmética de la realidad social que conviene leer de manera transversal o en red. Es evidente que Rajoy no lo ha hecho, ni quizás Pedro Sánchez, que puede estar deslumbrado por las oportunidades que se le abren al Partido Socialista... si se pone de acuerdo con Podemos y otras izquierdas. Pero tales opciones (para gobernar comunidades o municipios) reflejan el vuelco habido en la correlación de fuerzas dentro del centroizquierda. O el PSOE entiende las demandas de su electorado natural o éste seguirá yéndose a otro lado. Aguantar territorio a base de aparato y redes clientelares no tiene futuro.

Las nuevas izquierdas, a su vez, están obligadas a bajar de la nube y manejarse con mucha inteligencia política. Cuidado con los purismos y las niñerías. La masa de sus votantes quieren un cambio (echar a la derecha) pero también exigirán gestos y decisiones razonables y bien explicadas. Es algo relativamente complicado pero no imposible. En el ámbito autonómico aragonés, por ejemplo, no parece tan difícil imaginar acuerdos entre el PSOE, Podemos, CHA e IU. Los cuatro partidos tienen muchos puntos comunes en sus respectivos programas. Y en lo que se refiere a las auditorías, la transparencia y los controles que impidan la existencia de zonas de sombra en la gestión del futuro gobierno, ponerlos en marcha es muy factible. Los instrumentos están inventados y son de uso común en otros estados europeos.

Pero las cuestiones que afectan a esas nuevas izquierdas van más allá de los procedimientos para negociar, acordar, controlar y mantener el contacto con la ciudadanía (por ejemplo mediante una relación franca y abierta con los medios informativos). También se asoman al futuro. Podemos es hoy la estrella, pero no aparece sólo en pantalla. En paralelo han surgido otras marcas tanto o más exitosas y otras opciones: Compromís (en Valencia), las Mareas (en Galicia), las candidaturas de convergencia (que en Madrid, Barcelona y Zaragoza han superado los votos obtenidos en solitario por el partido de Pablo Iglesias)... La confluencia es obligada. Para formar gobiernos ya, y para preparar futuras elecciones.