Si antaño Pixar brilló por sus historias originales, desde hace un tiempo se ha rendido a la lógica de la secuela. Su película del año pasado lo fue: Buscando a Dory. Y también la que llegará el 14 de julio: Cars 3. Por suerte, este año estrena no una, sino dos películas: el 1 de diciembre aterrizará Coco, presentada días atrás ante la prensa en Barcelona por su codirector Adrian Molina y la productora Darla K. Anderson, en Pixar desde 1993.

Coco es Coco, sin un 2 ni un 3. Es una nueva historia con raíces antiguas: se desarrolla en la tradicional festividad mexicana del Día de los Muertos, dos jornadas dedicadas a honrar a los difuntos con altares llenos de flores, fotos y las comidas favoritas de quienes se fueron. Durante la fiesta, Miguel, un chico de 12 años con aspiraciones de músico, dispara una cadena de acontecimientos que lo llevan a la Tierra de los Muertos, donde se quedará para siempre si no logra la bendición de algún familiar fallecido.

Si una película como Del revés nos enfrentaba a la mecánica de nuestras emociones y, por el camino, removía en el espectador todo lo removible, Coco parte de otra idea arriesgada: encontrarle gracia a la muerte, algo que los mexicanos hacen sin problemas; la personifican y la tutean, le ponen apodos como La Pelona, La Huesuda o La Dientona, entre otros.

En preparación desde hace seis años, el proyecto topó con la polémica en el 2013, cuando Disney (propietaria de Pixar) quiso patentar la marca Día de Muertos con fines de márketing. La compañía desistió y, desde entonces, ha buscado todas las formas de dar credibilidad a su carta de amor a la cultura mexicana. Lo único que extraña es que las canciones de los años 40 de Ernesto de la Cruz, el ídolo de Miguel, sean en inglés.