Que Bunbury es el artista de habla hispana con uno de los directos más poderosos es ya un lugar común. Que cuenta con una banda espléndida (Ramón Gacías, batería; Jorge Rebenaque, teclados; Quino Béjar, percusiones; Robert Castellanos, bajo; Álvaro Suite y Jordi Mena, guitarras) reforzada ahora por el saxo y la voz del Especialistas Santiago del Campo, está igualmente fuera de toda duda. Cómo gestiona ese directo (con qué repertorio, con qué intención, con qué resolución) es o debería de ser el objeto de una crítica periodística. De esta, sin ir más lejos, más allá de las emociones inmediatas vertidas (con todo derecho, por supuesto), en las redes sociales.

Bunbury armó sus dos horas de actuación en Zaragoza (la última de su gira actual por España) con seis canciones de su disco más reciente (Ceremonia de la confusión, La actitud correcta, Cuna de Caín, Parecemos tontos, En bandeja de plata y La constante) más una versión instrumental de Supongo que usó como introducción al concierto; piezas de álbumes anteriores y cuatro composiciones de la época de Héroes del Silencio (El mar no cesa, Héroe de leyenda, Mar adentro y Maldito duende), todo ello convenientemente remozado para unificar lo viejo con lo nuevo, pasado con el presente. No obstante, pese a esa puesta al día, las canciones de Héroes, algunas de las más significativas de la carrera del grupo, suenan como encajadas a presión y, por supuesto, cantadas como en la época en la que fueron escritas, de ahí que me asalten dudas sobre la conveniencia de incluirlas en el repertorio. No hay discusión posible sobre que Bunbury es muy libre de cantar lo que quiera; pero anótese que no fueron las interpretaciones más aplaudidas.

En el primer tramo del concierto, destacaron La actitud correcta y Porque las cosas cambian, al igual que sobresalieron cosas como El anzuelo, de marcada cadencia electro-rock, y Despierta, con unos arreglos brillantes. Y hora es de comentar que Bunbury, a la hora de cantar (la apreciación viene de atrás), parece dejarse llevar más por la fuerza que por la modulación, más por el grito que por el detalle. Puede que el recurso le dé buenos resultados en su comunicación con el público, pero va en detrimento del contenido de las canciones.

Dicho lo cual, aplaudamos la interpretación El hombre delgado que no flaqueará jamás, una combinación soberbia de intensidad vocal, psicodelia y electrónica. Y si el saxo de Santi del Campo mira hacia el universo Bowie (muy presente en Muy poca gente, por ejemplo), sorprendió su sonido Andy Mackay (Roxy Music) en Más alto que nosotros solo el cielo. Y curioso resultó que fuese más aplaudida la introducción hablada a En bandeja de plata (donde Bunbury reivindicó el derecho del artista a manifestarse social y políticamente) que la canción misma. Cosas.

Ya hacia el final del concierto, otro destello: De todo el mundo, con unas guitarras a lo Badalamenti en una atmósfera de arrebatadora balada soul. El cierre teórico llegó con Maldito duende, pero aún quedaba recorrido: tres grandes canciones de Pequeño, que fueron las más celebradas de todo el concierto por los espectadores (De mayor, El Extranjero e Infinito), dos de Flamingos, uno de sus mejores discos (Sí y Lady Blue) y La constante. Y ahora sí: 24 canciones habían dado forma a una velada de luces y sombras, de expectativas cumplidas y de perspectivas sin conseguir. Bunbury, vaya, en cuerpo y alma. El artista singular al que podemos exigir algo más que un directo potente. Creo, vaya.