A Miguel Beltrán Lloris, como bien reza el dicho, el año nuevo le ha traído una vida nueva, pues acaba de jubilarse después de haber ejercido durante 40 años como director del Museo de Zaragoza. "Todavía no me hago a la idea. Me he pasado la vida en el museo, exactamente 14.600 días entrando y saliendo por estas puertas", señala. Eso sí, el hijo de Antonio Beltrán (de casta le viene...) deja muy claro que ha disfrutado con lo que ha hecho y que no lo cambiaría por nada: "Me siento afortunado, la vida me ha sonreído pues me ha regalado una profesión que coincidía con mi vocación y eso es un privilegio".

--Tiene que tener la sensación de dejar su casa después de tantos años. ¿Recuerda cuando fue la primera vez que tuvo contacto con el museo?

--Es verdad que es como mi casa, pues mi padre fue director honorífico del museo y de alguna manera es como algo familiar. De hecho, solía decir como broma que había heredado el museo de mi padre. Él, al llegar a Zaragoza a finales de los años 40 comenzó a estudiar los fondos del centro y a poner al día la sección de Arqueología, que así se llamaba entonces. Cuando Joaquín Albareda cesó como director, le ofrecieron la dirección honorífica y gratuita y a partir de ahí comenzó mi relación con el museo. Yo era estudiante de Filosofía y Letras y en 1964 se hizo una reforma en el centro y mi padre nos encomendó a Guillermo Fatás y a mí que hiciésemos fichas de la sección de Bellas Artes para confeccionar la primera guía 'moderna' de los fondos. Nos hizo un carnet como secretarios del museo, que era anecdótico, pero me permitió sumergirme en este mundo y ver el museo con otros ojos y comprobar que teníamos aquí un enorme caudal de conocimientos. Luego seguí en Filosofía con placer y al terminar estuve tres años en la Universidad como profesor adjunto de Arqueología, Numismática y Epigrafía y ahí vi que me gustaba el Patrimonio y la docencia, pero suspiraba por estar en un museo para ejercer la vocación como yo la entendía.

--¿Y por qué en un museo y no en las aulas?

--Descubrí que los museos eran el sitio más adecuado para hacer lo que me gustaba, enseñar cosas y contribuir a la formación de la sociedad. El museo es un servicio público al servicio de la sociedad y en la formación juega un papel importante. Los museos conservan el patrimonio y la memoria colectiva. Conservan, pero lo tienen que comunicar, explicar a esa sociedad. Es un mundo complejo, variadísimo. Si no comunicamos lo que tenemos los museos quedan reducidos a la función conservadores, anticuarios o coleccionistas, que era la que estaba en su origen. Pero ahora lo que la sociedad pide es que el Patrimonio esté a su disposición y le llegue con un lenguaje adecuado. Por eso dirigir el museo ha colmado mis ansias de enseñar y de dar a conocer. Es la tarea más importante de un museo público.

--¿El legado familiar pesaría a la hora de sentirse inclinado por el patrimonio y la enseñanza?

--Sí, claro, mi padre fue mi gran referente, mi guía, mi faro, mi consejero, el magister en lo humano y lo profesional. Pero su figura era alargada ya que aquí yo era el hijo de don Antonio y tenía que demostrar ya en la Universidad que las cosas me las ganaba por mí mismo y que no me las concedían por privilegios de ser hijo de quien era. Por eso y en 1971 me presenté a las oposiciones para dirigir el Museo de Cáceres, donde no me conocía nadie. Pasé tres años intensísimos y aprendí muchísimo.

-- ¿En qué sentido?

--En todos. Primero porque aquel también era un museo en formación, que había que organizar desde cero no solo la sección de antigüedad, sino también la de Bellas Artes y la de Etnología. Descubrí así que el mundo del Patrimonio es inmenso y que cualquier esfera de la realidad y el conocimiento humano se puede llevar a un museo. Además era una etapa de autoafirmación de lo que hacíamos, una etapa difícil para todos los museos españoles que se estaban redefiniendo como tales, pasando de ser contenedores de objetos a volcarse con los visitantes.

--Que usted sea historiador y su especialidad sea el mundo antiguo ha pesado a la hora de estructurar el museo frente a la sección de Bellas Artes, por ejemplo.

--Es una critica que ya me han hecho, pero creo que es por desconocimiento. En ese momento los que trabajamos en museos no somos arqueólogos o historiadores de arte que dirigen un museo sino museólogos. Explicar y aplicar este concepto es algo en lo que me he implicado con actividades, reuniones científicas o el master de Museos y Educación que se imparte en Huesca. Aunque es cierto que tiene que haber una formación de partida, desde los años 90 la óptica ha cambiado por completo, la museología es una ciencia reconocida. Una ciencia en la que confluyen elementos de muchas características. Los museos conservan el patrimonio de la humanidad y como lo que hace el hombre es muy variado los museos también lo son; pero hay un sistema de gestión, administración, mejor exhibición de los objetos para que la sociedad reconozca su cultura material y se sienta satisfecha de ella.

--Centrándonos en el Museo de Zaragoza. ¿Qué encontró y qué ha cambiado desde entonces?

--Al llegar al museo, en 1974, había dos vigilantes y yo, más otros vigilantes de fin de semana para poder abrir y el horario dependía de la luz del día pues la sección de Bellas Artes se veía con luz natural. Hoy hay una plantilla de 32 personas. Tampoco había normas de conservación, que se comenzaron a aplicar en los museos mucho más tarde. Ahora hay un sistema de control lumínico, de humedad, de seguridad. Al principio me dieron una llave que me llevaba a casa para poder abrir en caso de emergencia y hoy hay una empresa de seguridad con sistemas que controlan todo, quien entra y quien sale en cada momento... Otro aspecto reseñable de estos años fue la incorporación de otras sedes. En 1976 se absorbió como sección propia lo que se llamaba museo de Ciencias Naturales y Etnología de Aragón, que son las dos casas del Parque Grande, centro fantásticos, pequeñitos que se visitan con gran facilidad, y en 1986 tras 10 años de excavaciones planteamos una descentralización y se creó en Velilla un centro de interpretación de la Colonia Celsa, para ayudar a difundir el yacimiento arqueológico. Y ya, en los 90, se incorporó la colección de arte oriental de Federico Torralba.

--¿Puede parecer extraño en un centro dedicado a difundir el patrimonio del territorio la incorporación de una colección de arte oriental?

--Sí, a veces me preguntan qué hace una colección así en un museo como este, pero ya hemos dicho que el museo tiene que contar cosas del patrimonio o de las gentes que han contribuido a crearlo y esos coleccionistas beneméritos son parte de esa sociedad que contribuye a crear nuestra historia. Además, esa colección ha puesto al museo en todas las redes internacionales de arte oriental y, sobre todo, permite contrastar esas obras con las nuestra y eso es enriquecedor. Los museos tienen que ser también espacios de convivencia e intercambio cultural. En el centro de etnología invitamos a asociaciones de inmigrantes a que trajesen sus vestidos y los mostramos con otros nuestros; esa exposición tuvo un éxito tremendo. La gente comparaba las formas de vestir, de ponerse la faja, de elegir los adornos. Que la gente se sienta partícipe de su patrimonio y saque conclusiones como sociedad multicultural para la convivencia y la tolerancia es algo muy importante en estos tiempos, sobre todo con noticias como las de estos días en París.

--Quizá el debe de estos años es la ampliación del museo. El Espacio Goya es el gran proyecto fallido de estos años. ¿Lo ve así?

--Sí, claro, pero sobre todo porque creo que el Espacio Goya no se explicó bien. En el año 2005 se hizo un plan museológico en el que se explicaba que era necesario adaptar el museo al siglo XXI, un museo que sea de los ciudadanos y sirva a sus intereses. Para ello se requería más espacio, no para exponer más, sino para exponer mejor y dar más servicios. Ya en 1974 se planteó un gran sótano que recorría todo el edificio, pero los cimientos no podían asumir esa obra. En el plan museológico se reflejaba que había dos ejes fundamentales en el museo, Caesaraugusta y Goya, la gran bandera de Aragón en el mundo artístico. Pero esos dos ejes no podían estar solos, sino que había que crear un contexto que los engranase en una gran historia de Aragón, con la historia de la Corona, el Renacimiento... en ese sentido el Espacio Goya era válido.

--Es decir, que la Escuela de Artes, convertida en Espacio Goya no significaba que fuese un centro únicamente dedicado al pintor.

--No, la idea que se lanzó del Espacio Goya era una falacia, era puro esnobismo y falsear una realidad. Goya era un subtítulo pero lo que proponíamos desde el museo era su ampliación con el edificio de la Escuela de Artes. No se podía hablar de un museo de Goya cuando no había fondos y el gran museo del pintor es el Prado. Goya iba a ocupar media planta de ese edificio y no todo completo. El otro medio estaría dedicado al Barroco, y en el actual iría la Antigüedad, el Renacimiento y el Gótico. Así podía explicarse toda la historia de Aragón de forma ponderada en distintos espacios pues pasábamos de 6.000 a 11.000 metros cuadrados, pero no era todo para exponer la colección, también para exposiciones temporales, áreas de reserva visitables, es decir permitir el acceso al ciudadano también al fondo documental. Había también salas de experiencias, de talleres, espacios para jugar, una biblioteca para que los expertos consultasen... Por eso necesitábamos más espacio, para exponer mejor y que el ciudadano tuviese los recursos que le permitieran interpretar ese patrimonio.

--Lo dice con pena. ¿Siente no haber podido retirarse con ese proyecto concluido?

--Sí, porque al no hacerse, todos los problemas que teníamos para hacer un museo del siglo XXI siguen hoy. Estoy contento con la tarea que he hecho, pero al echar la vista atrás lamento no haber podido culminar esa transformación, que es un proceso lógico al que vamos abocados para satisfacer a la sociedad. Al menos acabar esa primera fase del Espacio Goya, pues luego yo planteé otra con la incorporación del edificio de la Caridad que albergaría la sección de Bellas Artes del siglo XIX y la colección de arte oriental como epílogos inmensos del Museo de Zaragoza. Luego, el Pablo Serrano sería la continuidad en el arte contemporáneo. Pero la crisis nos dejó clavados.

--Antes de la paralización fueron tiempos de bonanza. De hecho se hicieron adquisiciones de obras de Goya que han resultado polémicas y están siendo investigadas por su sobrecoste (Escena de escuela adquirido por la DGA por 2,5 millones de euros; y Retrato del infante Don Luis de Borbón y Vallabriga, a cargo de la Fundación Plaza por 10 millones de euros). Usted hizo informes avalando su adquisición. ¿Eran necesarios estos cuadros? y, en todo caso ¿Valían lo que costaron?

--Es cierto que hice informes favorables pues eran obras muy representativas para el discurso que se planteaba en torno al pintor, ya que realmente completaban lagunas en nuestra colección. Eran piezas de enorme valor en sí mismas pero también vitales para el proyecto. En cuanto a los precios, obras similares estaban en cifras parecidas. Por un dibujo de Goya, Toro mariposa se han pagado casi dos millones de euros y por obras similares al Infante, entre 8 y 14 millones. En realidad todo depende de la disponibilidad económica y de la ocasión, pues quizá el Prado no pagaría esas cifras ya que esas obras puede que no aporten a lo que tienen, pero para nosotros sí eran importantes. Y eso sí, realmente el mundo del arte es un disparate. Los de estos cuadros son precios elevados, sí, pero están en la realidad del mercado.

--En ese momento se llevó a cabo una reestructuración de salas en vistas a la ampliación, que al no hacerse no han cumplido su función.

--Sí, como creíamos que el Espacio Goya iba a hacerse comenzamos a desmontar el museo un poco antes de cara a las grandes exposiciones de Goya en 2008. Pero luego, al no realizarse la ampliación esa transformación de las salas ha condicionado la exposición actual. Antes se entraba por la prehistoria y hoy por el Gótico y el Barroco. Antes se iba progresando desde los tiempos antiguos a los modernos y hoy los contenidos están dislocados. Tampoco tenemos sala de exposiciones temporales y tenemos que ir vaciando espacios de la exposición permanente para hacerlas, siempre rotativas con fondos propios, como la de Augusto mismo. Frente a la falta de espacio, hemos tratado de dinamizar distintas zonas por respeto al visitante, para que entre a una muestra y la pueda entender. Entiendo que tiene que ser una situación de paréntesis, por el momento de crisis económica que estamos pasando. Aún así, como digo, me voy satisfecho y recordando la frase que una vez me dijo Jerónimo Peralta, un vigilante de salas: "Don Miguel, tenemos la mejor profesión del mundo". Eso da idea del talante vocacional de esta casa y la entrega extraordinaria, cada una en su función, de las personas con las que he trabajado y que me hacen sentirme un privilegiado.