-¿Qué tiene contra la felicidad?

-¡Al revés! Lo tengo todo a favor.Lo que pasa es que yo creo que la felicidad es un tema literario desde hace un par de siglos, hasta entonces no era posible ni imaginar que los personajes de las novelas se movieran buscando la felicidad a costa incluso de romper matrimonios, familias… Yo sigo una vieja tradición que es cómo esas personas buscan la felicidad y les cuesta un precio encontrarla.

-Lo que sí que es innegable su predilección por la familia y la Transición

-Sí, he creado una especie de territorio en el que me muevo. Mis libros, al menos cuatro de ellos, son novelas que transcurren en los mismos años con problemas conyugales, paternofiliales, familiares… Me gusta mucho pensar que esas historias son universales y eternas, que nos podemos ver reflejados y sentir que esos problemas también son nuestros. Hay un tipo de literatura que busca descubrir lo extraño y en cambio otro que busca el reconocimiento, que el lector se vea a sí mismo, que se identifique con los personajes, que su drama y felicidad también sea suya. Y yo soy más de esa tendencia.

-¿Se puede explicar el mundo a través de la familia?

-Hay paralelismos. En aquel momento, en la Transición, se estaba intentando regular la convivencia en España y el narrador está intentando fijar las reglas para la convivencia de una familia. Y en ese ámbito podemos ver el gran ámbito de la sociedad de la época, están acompasados esos dos mundos. Si el protagonista estudia Derecho es porque quiere conocer esas reglas y saber cuáles son nuestras responsabilidades y deberes, tanto en un ámbito como en el otro. Es una novela sobre la responsabilidad, hay personajes en la novela y en la realidad que arreglan cosas que no han estropeado ellos y otros que como mucho arreglan lo que han estropeado. En este caso, el hijo es mucho más adulto que los padres.

-¿Eso fue la Transición? ¿Limpiar platos que otros habían manchado?

-En la Transición había que lavar muchas cosas. Estaba todo muy manchado, la legalidad anterior no valía, no es que hubiera que reformarla, había que abolirla y empezar de cero porque era una legalidad antidemocrática y por eso hay un homenaje a los juristas de la transición a través del cameo de Peces Barba. A esos hombres hay que rendirle homenajes por haber vivido 40 años en paz.

-El título también alude a esa diferencia entre legalidad y la aplicación del derecho.

-Sí, esa interpretación subjetiva del derecho... pero incluso ahora que aparentemente las leyes están desarrolladas, hay un margen para la discrepancia. Cuando saqué el libro salió la sentencia contra la bloguera Cassandra. Creo que el 90% de los españoles somos incapaces de entender una condena así por un chiste sobre Carrero Blanco. El debate entre ius naturale y el ius positivium está vivo. Por mucho que las leyes digan una cosa, podemos creer que hay una justicia diferente a la de las leyes y creer que una sentencia es injusta a pesar de que se ajuste a la legalidad.

-A pesar de todo y de irse a la Transición dice huir de la nostalgia.

-Es que no siento nostalgia de esa época, no creo que esos años sean dignos de nostalgia. Echamos de menos haber sido jóvenes pero no esos años porque no fueron los más bonitos. Fueron interesantes porque pasaban cosas. España estaba a medio hacer, en cualquier momento todo lo que se estaba construyendo se podía ir atrás en un momento como ocurrió el 23-F. En una sola tarde sentíamos que todo lo avanzado se venía abajo. Es el momento clave en que por fin la democracia se somete a una prueba de fuerza y resulta que es más fuerte que la amenaza de los militares pero en aquel momento no lo sabíamos. La historia de España en los dos últimos siglos, al fin y al cabo, está llena de guerras civiles. No había motivo para pensar que nos fuéramos a librar de esa maldición pero hubo suerte y se inauguró la época de mayor solidez democrática de la historia de España.

-¿Por qué le gusta tanto recrearse en los detalles en sus novelas?

-A mí me gusta llenar la fotografía, que cuando ves la imagen del protagonista veas cómo va vestido, el mobiliario de la época, el mobiliario que le rodea… Pero es que, además, eso forma parte de la vieja tradición realista a la que creo pertenecer. Me gusta que las cosas pasen en épocas y ciudades bien reconocibles, dando el nombre de las calles, de los comercios, el nombre de los cines, de las salas de fiesta… Quiero dar ese toque de veracidad porque en el fondo lo que uno pretende es suplantar la realidad, crear una realidad distinta pero que sea tan compleja y coherente como la realidad que suplanta.

-¿Qué le supuso el Premio Nacional de Narrativa?

-Mucha gente te percibe de otra manera, te aprecian más pero, por otro lado, tú te exiges más. Si los premios sirven para que uno se exija más a sí mismo, cumplen su cometido.

-¿Tiene ya un nuevo proyecto en mente?

-No será una novela. Es una investigación de un estafador austriaco que vivió en España entre el año 31 y en el 46 y que tenía una fórmula mágica para que España fuera la primera potencia exportadora de petróleo. Era todo una estafa, claro, pero llegó a engañar a Franco.