La tercera de la feria de Huesca comenzó bajo una lluvia insistente que cubrió los tendidos de paraguas. El ruedo, una vez más muy duro, por mor de la descarga se convirtió en una pista de patinaje. Ese agua que suplicaban los agricultores para sus sedientos almendros estos días de canícula llegó para convertir el toreo en una representación a media luz, entre la bohemia y el ridículo de una iluminación muy precaria solo aliviada por los rayos que rasgaban el cielo.

El festejo central de la cartelería era para los espectadores ocasionales duelo inusitado mas para los aficionados, la enésima vez que se enfrentaban al conocido repertorio de un Ponce más que previsible. El incombustible Ponce haría de liebre para un Juli siempre a rebufo. No digamos aperreado pero sí... estimulado.

El de Chiva se echó en ritmo del festejo sobre sus espaldas marcando los tiempos, articulando en cada momento el qué y el cómo dejando para Julián un papel secundario. Si Enrique sostenía a su primero bajo los tendidos de las peñas sin consentir que el toro patinase, sacándole además muletazos estimables, Julián respondía con un saludo capotero larguísimo y empleándose como un novillero, muleta en mano, juntando un abundante abasto entre las arrancadas descompuestas del primero de los suyos.

Si Enrique aprovechó las repetidoras embestidas de su segundo para largar paño a la recta primero y, una vez metido en la muleta, andarle por la cara sin discutirle, Julián se hubo de emplear hasta un quite por «enfriaderas» antes de hincarse de hinojos para comenzar lo último bajo las peñas (o sea los engrasadores de la puerta grande). El toro acabó parándose y El Juli encajado entre los breves pitoncillos.

Si Enrique se marca una de esas faenas que duran más que una boda gitana Julián termina desencajado y loco por hincarle el diente a lo que sea. Aunque se pierda en el intento amontonando el género y prime el barullo.

Casi a oscuras, ya todo daba igual. Los tendidos poblados de lucecitas provinientes de los móviles daban al coso oscense el aspecto de un concierto de Cecilia... un ramito de violetas... Aunque El Juli intentara concitar la atención, la clientela estaba largando «de lo de Ponce». Parece que tiene el cuentakilómetros a cero. Ayer, después de matar tres podría haber lidiado otros tantos sin despeinarse. Y que le echen al que sea, que lo devora.