De acuerdo con la actual filosofía del departamento, la gastronomía es uno de los ejes transversales de la promoción turística en Aragón. Como tal, está presente en las actividades que se presentan estos días en Fitur, con degustaciones, demostraciones de cocina, catas de vino, etc.

Pero la gastronomía es mucho más que comer o beber. Es cierto que falta para que la gastronomía aragonesa pueda presumir de una personalidad diferenciada en el resto del mundo, pero no hay que limitarse a la oferta coquinaria. Las bodegas lo saben y se están sumando al fenómeno del enoturismo. Que, además de fidelizar a la clientela, da a conocer sus vinos y propone experiencias diferentes a los visitantes. Poco a poco, los truferos también van entendiendo la necesidad de organizar visitas, menús trufados, generando cultura y auspiciando el consumo y la venta. Como viene sucediendo desde hacer años con las setas.

Pero hay que ir más allá. Apenas son conocidos los museos e instalaciones agroalimentarias dignas de una visita. ¿Ha estado en la insólita fábrica original de La Zaragozana? ¿Conoce el escondido Museo del pan? ¿O el de la pastelería Manuel Segura de Daroca? Pequeñas o grandes iniciativas privadas, necesitadas de un impulso global.

Y aún queda otro aspecto poco desarrollado aquí, que crece en España y está consolidado en Francia, donde apoya a las pequeñas empresas. Trátase de ofrecer experiencias en torno a la elaboración de alimentos, combinando el turismo con las experiencias manuales de cocina.

Elaboración de mermeladas, conservas, queso; matacía del cerdo, llevándose los resultados a casa; creación de vinos a la medida del consumidor… Las propuestas son numerosas y la clientela en ciernes aún mayor. Bastaría que la administración facilitara las condiciones de trabajo para que fuera otro estímulo para el desarrollo de nuestro medio rural. Que la gastronomía es mucho más que comer.