China aprobó ayer un paquete de medidas para mitigar los desórdenes sociales ligados a la ralentización de la economía. Las protestas y el aumento del paro inquietan a las autoridades de Pekín, para quienes no hay mayor preocupación que la de preservar la sociedad armoniosa, un antiguo concepto confuciano desenterrado por el Gobierno y repetido hoy como un mantra.

Las medidas incluyen compensaciones más altas para los campesinos expulsados de sus tierras y el mandato a la policía, tradicionalmente abrupta, de que gestione con tacto las revueltas. El centro del paquete, sin embargo, va dirigido a los 230 millones de emigrantes rurales, el eslabón más débil en la sociedad china y al que más golpea el paro.

Los desempleados recibirán ayudas para su recolocación y cursos de formación, y los parsimoniosos tribunales han recibido instrucciones para que resuelvan ágilmente las cuestiones de despidos y salarios. La campaña, según un legislador, ayudará a solventar conflictos sociales, protegerá los intereses legales de los afectados y apuntalará la tan manida estabilidad.

EMPRESAS ASFIXIADAS

La crisis global ha golpeado por primera vez el modelo chino de fábrica mundial. La caída de la demanda ha cerrado un enorme número de empresas manufactureras y ha dejado a millones de trabajadores en la calle, en muchos casos con salarios atrasados. El paro urbano se mantiene en el 4%, pero las cifras oficiales ignoran a los emigrantes del interior.

Un reciente estudio en 84 ciudades mostraba que la demanda de trabajadores había descendido un 5,5% en el último trimestre, la primera caída en años. Las previsiones anuncian que el paro aumentará el año próximo. "La situación del empleo es desalentadora y se espera que vaya a peor. Es nuestra principal preocupación", dijo ayer el ministro de Recursos Humanos y Seguridad Social, Yin Weimin.

El crecimiento económico bajará este año de los dos dígitos por primera vez en 30 años, situándose sobre el 9%. China dispone de un gran colchón hasta el 7%, por debajo del cual sería incapaz de crear empleo y podría darse un estallido social que pusiera en jaque al régimen.

Tras dos siglos de tinieblas, los chinos disfrutan hoy de un progreso incontestable. Esas mejoras explican el apoyo masivo al Gobierno y que permanezcan latentes problemas estructurales, como la corrupción, las desigualdades sociales y el expolio de tierras. La ausencia de elecciones no significa que el Partido Comunista Chino no esté forzado a demostrar su legitimidad ante el pueblo. Ningún Gobierno depende más de la economía que el chino. Los dirigentes saben que el fin de la bonanza puede levantar a un pueblo de larga historia revolucionaria.