Buena parte de los autónomos actuales no lo son por vocación, sino por necesidad, impulsados a su nuevo estatus por la crisis económica como única salida viable para solventar un ámbito profesional sin posibilidad de reincorporación al mercado laboral. Se trata de una de las secuelas características del desempleo de larga duración. Sea como fuere, hay una peculiaridad que distingue a los autónomos del resto de la esfera empresarial y de otros trabajadores: en caso de enfermedad o de cualquier otra incidencia que les impida ejercer su profesión, dejan de generar ingresos en tanto que permanece gran parte de sus gastos; además, a poco que el periodo de inactividad se prolongue, es muy probable que su precaria clientela les abandone, suponiendo arduo esfuerzo la recuperación. Tal vez en ciertos casos resulte factible aplicar alguna medida que hasta cierto punto pueda paliar los efectos de tan deplorable perspectiva, pero, casi sin excepción, sería un remedio carísimo, fuera del alcance de quienes se han hecho autónomos precisamente por la carencia de recursos.La celebración del Día Mundial contra el Cáncer induce a una reflexión sobre cómo enfrentan su mañana los pacientes aquejados por esta aún terrible enfermedad; el excelente sistema de salud español y la Seguridad Social representan una garantía de extraordinario valor para los trabajadores, pero insuficiente para aquellos autónomos que no puedan eludir las consecuencias profesionales de la inactividad. Todo ello no es óbice para reconocer que otra deslucida faceta, la pensión de jubilación, es consecuencia directa de una parca tributación, siempre de libre elección por parte de los interesados. El problema es que tampoco se puede optar por una base elevada de tributación si los beneficios son paupérrimos. H *Escritora