La gestión de la independencia de Cataluña está siendo tan desastrosa que los principales argumentos a favor de una y otra posición llegan siempre del campo contrario. Así, mientras la brecha entre el líder de ERC, Oriol Junqueras, llamando a la insumisión, y la nueva convocatoria en falso de Artur Mas para el 9-N parecía haber consumido en los últimos días la llama independentista, no hay como escuchar a algunos dirigentes y exdirigentes políticos de Madrid, para encenderla de nuevo. El último en avivar esa llama ha sido Miguel Ángel Rodríguez, el que fuera portavoz del Gobierno en la etapa de José María Aznar, diciendo en un programa de televisión que "lo que le falta (a Mas) es un fusilamiento". No hay que ser analista político para advertir que la demonización de la opción contraria --en este caso la independentista--, lejos de debilitarla, la refuerza, incluso entre aquellas personas menos proclives a ella. Y es que el fenómeno histórico de la independencia, mal que nos pese ahora, da nombres a plazas y calles de pueblos y ciudades de todo el mundo, lo que demuestra que las fronteras no son inamovibles. Incluso ahora, como hemos visto en el caso de Escocia, puede afrontarse un proceso así dentro de la normalidad democrática, al igual que Ucrania ha venido a constatar al mismo tiempo que tampoco estamos tan lejos de lo contrario. Por eso, el hecho de que unos y otros se enroquen ante esta crisis territorial e incluso algunos despierten fantasmas del pasado, en lugar de afrontarla con la seriedad que merece, solo puede provocar que la independencia de Cataluña, en lugar de dar nombre a una plaza o una calle, acabe convirtiéndose en un callejón sin salida para todos.

Periodista y profesor