Ni siquiera tratando de enumerar hechos palpables, ciertos, hechos indiscutibles, puede uno ya fiarse de que la realidad haya sido entendida. La mirada elige lo que ve, decide lo que quiere subrayar, y a partir de ahí, sin pensar en lo que queda fuera de foco, edifica su discurso. Si además la mirada no viene de marte sino de aquí al lado, con prejuicio inevitable y toma de partido previo, la elección de “lo que pasa” de entre Todo Lo Que Pasa, corre el riesgo de resultar viciada en origen.

Pongamos un orden posible: hay dos ciudadanos en la cárcel, los llamados Jordis. Empezamos por ellos porque están en la cárcel. Los demás, hablando más o menos del llamado proceso, nos alegramos, enfadamos, felicitamos, apesadumbramos etc, en casa, en al bar, en la conversaciones, etc. Aquellos en la cárcel, cerca de otros que han levantado millones de euros del común para su provecho. Parece el primer desajuste y surge la primera razón para que los saquen de ahí, porque no se trata de malhechores, creo, creemos tantos.

Otrosí: ha habido gente que ha liderado el proceso hacia la independencia de Cataluña que, por torpeza, por particular cálculo político o por alguna clase de iluminación, pensó que el Estado aceptaría la segregación de una parte sustancial de su territorio con un apretón de manos y una sonrisa, en medio de un contexto internacional como el presente europeo, donde se dan partidas cuyos jugadores y asuntos tratados no serán nunca conocidos. De entre estos también hay algún alucinado, un punto fanático, que ha tratado a los que no comulgaban con su verdad indiscutible como le ha dado la gana: de fascista para abajo. Y tampoco hay derecho. Estos, cuando tienen poder, dan miedo, se pongan el traje que se pongan. Su verdad es la verdad suprema, y lo demás es despreciable. Suelen arrebatarse con banderas, himnos y glorias patrias, alguno dice que España es como Korea o Turquía, otros que en Cataluña hay una variedad de parafascismo: Omnium, ANC. Y así. Gentes que miraban los patriotismos con distancia y sospecha, andan ahora a punto de trinchera.

Menos mal que otros no. Ni yo. Y nos la sopla que nos llamen equidistantes, nos han llamado casi de todo ya, así que que les den a los llamadores.

Del otro lado, de éste de aquí, un gobierno medio podrido de causas por corrupción, cuyo jefe apareció en unos papeles sobre-cogedores (aquellos marrones con dinero del común, si recuerdan) Y este mismo caballero, muy embuchado de dignidad, es el paladín que defiende los fundamentos del Estado de derecho, la ley, la legalidad y el orden establecido. Con esa autoridad moral exhorta a los independentistas el presidente del gobierno de España; aquél de “Luis, nada es fácil, hacemos lo que podemos. Ánimo». Y ahí lo tienen, tan campanudo y tan votado, dando lecciones a los demás para que la ley se cumpla... por los demás.

El ojo viene de casa ya con el argumento puesto. Y los sentimientos ocupan sitio y se instalan como decía Lorca: cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las pare; y así vamos.

Gentes que de suyo, en un contexto normal, se tratarían con educación y con respeto sin necesidad de estar de acuerdo ni pensar lo mismo sobre tantas cosas, están hoy enfrentadas, con orgullos heridos, escupiendo desprecios y derrochando insultos. A algunos ya los conocemos de siempre: son el cupo de descerebrados que cualquier tribu tiene en nómina, a veces incluso subvencionados. Pero ahora es peor; aquí se ven gentes pacíficas que inauguran la dulce sensación del retorno a la caverna del instinto frente al otro, a la trinchera, hombro con hombro frente a la injusticia indiscutible que los afrenta (todo el mundo tiene alguna) y por el derecho de ser más que uno mismo, de ser un pueblo, una idea, una nación, un himno, una bandera, muchas banderas... en fin, como dice un buen amigo, mucha tela que cortar.

Y en estas andamos, según toda traza. Se diría que hay quién, con su lógica política (CUP) lucha contra lo establecido agudizando y tensando todo lo posible sus contradicciones y malos funcionamientos. Nunca lo negaron; la lógica tenebrosa del sistema deja fuera excedentes de cupo que no caben en ningún reparto; gente, personas, que juegan desde el principio con malas cartas, frente a otros que lo hacen con cartas marcadas. Se dejan llamar antisistema, porque no les gusta como está montado el tinglado; ni en la tribu ni en el planeta, y en su lógica, si revienta una esquina en el tablero, quién dice que no será una mecha, un destello, una señal más de que la cosa tiene caries. Están en lo suyo y a nadie engañan.

Pero otras gentes, las del común, las que esperan la nómina de primero de mes para pagar las facturas, para darse un par de gustos, los que andan ocupados en lo que será de los hijos que ya van por los diez o doce años y quieren para ellos alguna posibilidad de vivir con dignidad, a estos ¿quién, y por qué y para qué, tiene derecho a exigirles que vayan a la movilización como los griegos de las Termópilas? (y más viendo el cuajo épico de sus Leónidas de ocasión),

Aquellos oficiales, tan británicos como inútiles, llegados entonces al cargo por aristocrática línea de sangre, perfectamente incompetentes, que mandaron la gloriosa carga de la brigada ligera de manera irresponsable en una batalla que no podían ganar, acabaron como héroes; ellos. Los soldados muertos por la estupidez de esos oficiales lerdos, fueron simplemente un número, una cifra, ninguno, nadie.

Entre tanto, hay un asunto que el pensamiento liberal - incluso el nacionalista, por favor- y la izquierda han de dilucidar, a ser posible en paz y sosiego: qué vigencia tiene el nacionalismo y si hay alguna posibilidad de que aporte solución alguna en el contexto de globalización que nos toca, o nos lleva de nuevo a la batallita de los fondonortes en los estadios de futbol, tan divertidos para la muchachada en días de partido, pero que ya sabemos cómo suelen acabar en los inviernos de la historia. Mi amigo C me dice que pensamiento nacionalista es un oxímoron, pero yo aún guardo una esquina para el asombro.

*Autor y director teatral