La irrupción de nuevos partidos, la concurrencia de las elecciones autonómicas y locales con los comicios nacionales en apenas unos meses y el nuevo escenario económico están condicionando sobremanera los preparativos de la campaña electoral en Aragón. Frente a anteriores citas con las urnas, el nerviosismo en los partidos políticos es la nota dominante en un escenario de incertidumbre marcado por los pactos y equilibrios postelectorales. Ya no importa solo quién se impondrá en las urnas, sino qué formación política podrá gobernar. Y si lo hará en precario, sin acuerdos de gobierno o de legislatura, o a través de alianzas que den estabilidad a las instituciones aragonesas. Todos parecen obsesionados por los pactos, circunstancia que provoca un estado de indefinición mayor que anteriores precampañas.

No obstante, las diferencias entre el ámbito local y el autonómico son notables. Las encuestas vaticinan una atomización del arco parlamentario, con la probable presencia en las Cortes de siete formaciones. Este escenario abre un abanico de posibilidades que incluyen acuerdos a izquierda o derecha y hasta la ingobernabilidad de la comunidad durante un tiempo, el que dista entre las elecciones de mayo y las generales de finales de año. Es muy probable que tanto los partidos mayoritarios como las nuevas formaciones guarden sus cartas hasta que expire la legislatura en Madrid porque ven las generales como una primera vuelta de las autonómicas.

Situación distinta se vivirá en los ayuntamientos, que a mitad de junio estarán configurados y, caso de no producirse acuerdos entre los partidos, elegirán a sus alcaldes con o sin mayorías absolutas. Podría darse el caso de que las listas más votadas impongan a sus candidatos, tomen las varas de mando pero no encuentren apoyos para gobernar los municipios con normalidad hasta que se configuren acuerdos de gobernabilidad en la comunidad autónoma o, si son necesarios, en el Estado. Se habla mucho de líneas rojas (límites programáticos que se autoimponen los partidos para pactar) pero poco todavía de responsabilidad para que los nuevos cargos electos posibiliten una mínima estabilidad política en las instituciones. El ejemplo de lo que viene ocurriendo en Andalucía desde las elecciones en las que resultó vencedora Susana Díaz podría ser aplicable a otras comunidades, entre ellas Aragón.

En este contexto, todos los partidos con aspiraciones deberían marcar claramente su política de pactos, para que el elector decidiera no solo pensando en afinidades ideológicas sino en fórmulas de gobernabilidad. Al debilitarse el bipartidismo la opción de las mayorías absolutas se disipa.

Junto a los pactos y a los equilibrios postelectorales, otra de las obsesiones de los partidos y candidatos a la DGA y a los ayuntamientos pasa por abstenerse de prometer aquello que no puedan cumplir. Frente a anteriores campañas, no se escuchan anuncios grandilocuentes respecto de inversiones públicas, nuevos proyectos, cambios legislativos, etc. En el caso del PP, que ha gobernado la DGA desde el 2011, apenas articula un discurso en el que se hace valer que pese al escenario económico adverso se han tomado las medidas menos lesivas para los ciudadanos. Los recortes se convierten, en su mensaje, en la consecuencia inevitable de una crisis económica mal gestionada previamente por el PSOE. Mientras tanto, los socialistas proyectan la idea de una recuperación de derechos cercenados como consecuencia de esos mismos ajustes, con el compromiso de retrotraer la situación de la comunidad al escenario previo a los recortes que ellos mismos iniciaron. Ninguno de los dos partidos ha puesto sobre la mesa un proyecto integral para Aragón, que pase por encima de la coyuntura económica y pueda plasmarse en un programa de gobierno innovador.

Respecto de las formaciones emergentes, sobre todo Podemos y Ciudadanos, continúan con mensajes más aspiracionales que concretos. Los candidatos apelan a conceptos de regeneración, ética pública, limpieza institucional e impulso político todavía genéricos. La imprecisión se explicita en el abuso de lugares comunes, preocupante cuando faltan apenas unas semanas para la cita con las urnas. El mensaje bisoño y casi desnudo, probablemente deliberado, debería dar paso al anuncio de medidas concretas para que el ciudadano encuentre más elementos de juicio en los asuntos de interés. Sirva el caso de IU, que tiene un programa más concreto que Podemos.

Aunque las encuestas no les sean favorables, hay que tener muy presentes a los partidos aragonesistas. PAR y CHA lo tienen difícil, en un momento en el que el aragonesismo se ha visto debilitado por la concurrencia de nuevas formaciones nacionales, el alejamiento de los centros de poder en las decisiones clave y la deriva secesionista catalana, pero no por ello dejarán de contar en el tablero político tras las elecciones. Ambos han sido partidos esenciales para la estabilidad institucional (DGA, comarcas y ayuntamientos), y su fuerza tras el 24-M no dependerá tanto del número de diputados y concejales como de su importancia para la conformación de mayorías.

En apenas 40 días comenzarán a despejarse muchas de estas incógnitas.