En las dos ocasiones en que he tenido oportunidad de charlar informalmente con Albert Rivera ha citado a Adolfo Suárez como ejemplo a seguir.

Viene a cuento esta observación a propopósito del reciente debate en torno a si Ciudadanos es un partido de derecha conservadora, de centro progresista, centrista de derechas, socialdemócrata, liberal--cristiano o de centro izquierda. Según el PP, se encontraría en esta última alineación, apoyando al PSOE y cultivando un idilio con Pedro Sánchez, de cara (pero por la espalda) a echar a Mariano Rajoy de La Moncloa. Según Rivera, C's está, ni más ni menos, en el centro. Que es donde sostiene estar Rajoy.

El análisis más objetivo apunta a que Ciudadanos es un partido nacido en el entorno antinacionalista y financiero catalán, que se dirige a una zona más centrada, desde la que sumar votos y acceder a las llaves del Estado del Bienestar, bien para guardarlo, bien para desmontarlo.

El cuerpo político no deja de ser tan flexible como el cuerpo humano, el de Rivera, por ejemplo, con su físico de nadador.

De la capacidad de adaptación de los políticos nos hablan los nuevos ejercicios aeróbicos --o aerofágicos para otros-- como aquel del PP con Izquierda Unida en Extremadura, el del PSOE con ZeC en Zaragoza, el de Ciudadanos con Susana Díaz, y tantos otros ejemplos que podríamos poner, hasta el cuatripartito de Calamocha.

Pactos que enmiendan promesas de no pactar, las de Rajoy y Sánchez, las de Iglesias y Lara. Todos prometían por el Niño Jesús virginarse en el sacramental de sus siglas y han acabado en heterodoxias, mesas o misas negras, una mano a Dios, otra al diablo, y que la Virgencica del Pilar, a la que nadie toca, los deje como están... Pactos necesarios, tal vez, tras apostatar las urnas de las mayorías absolutas que algunos (Podemos) reclamaban, y con las que otros (el PP) sueñan seguir soñando... Pero también alianzas que la mayoría de las veces no son sino ñapas y agencias de colocación,

¿Por qué sucede todo esto?

Sencillamente, porque el Congreso de los Diputados se ha tirado una nueva legislatura sin reformar la Ley Electoral, para que gobernase la lista más votada. Ése sería uno de los grandes pactos --con la financiación de los partidos--, pero que a nadie interesa.