Cincuenta y ocho de los 266 senadores españoles no han pasado por las urnas: han sido elegidos a dedo y no se puede revocar su nombramiento, aunque sea lesivo para los intereses del país, porque les ampara un artículo de la Constitución que nadie menciona cuando hablan de reformarla. Este mamoneo, que se ejerce desde todos los parlamentos autonómicos, es una de las más aborrecibles fórmulas que se dan en nuestra democracia porque sirve, exclusivamente, para consolar a los perdedores, procurar un retiro dorado a quienes no dan más de sí y quitarse de encima a quienes dan mucho de sí, y para proteger de la Justicia a quienes estén inmersos en algún hecho delictivo, como es el caso de Rita Barberá. Barberá es el mayor exponente de la desfachatez con la que está gestionando el PP los distintos casos de corrupción que afectan a los estamentos del partido. Después de llevarla en parihuelas hasta la Diputación Permanente para mantenerla bien aforada tras perder las elecciones, la ha largado del partido cuando ha empezado a atufar el asunto. A estas alturas no sé si se puede exigir mayor nivel de dignidad política pero algo habrá que hacer para no caer en la indigencia moral. ¿Puede representar a alguien, desde una de las más grandes instituciones del Estado, una persona que es indigna de militar en un partido? ¿Puede eludir Rajoy su mucha responsabilidad amparándose en que ya no tiene autoridad sobre una ex militante? Pues al loro, que lo mismo es la portavoz del Grupo Mixto. Periodista