Muchas cosas han pasado desde entonces y sin embargo, y por paradójico que resulte, el mundo sigue siendo el mismo. Ah claro, no lo he dicho: desde entonces es desde hace dos domingos, la última vez que les escribí. Centenarios, aniversarios, tragedias varias, nacimientos, celebraciones, cuidados, amor, trabajo... Sí, la vida ha pasado por aquí y por aquí sigue sembrando todo de contradicciones y miradas. Hoy me gustaría hablarles de dos asuntos en apariencia distantes pero como casi todo, casi siempre, no tanto finalmente.

Sé que lo saben: esta semana ha muerto Eduardo Galeano y aunque como todo docente (o casi) peco de repetir al menos dos veces las mismas cosas me puede la intención no siempre exitosa de que la reiteración logre más y mejores resultados hoy no pretendo corear tan triste noticia sino contarles algo sobre él que sirva de pequeño y humilde homenaje. Solo tengo un libro de Galeano, solo ese de los suyos he leído: "El libro de los abrazos" que Andrés me regaló por mi cumpleaños allá por 1992. Lo sé porque lo recuerdo y además lo escribí dentro como suelo hacer en los libros que me regalan, también a modo de gratitud pues los libros siempre tienen algo de las personas a través de las que nos llegan. En mi caso al menos mi querer por los libros es directamente proporcional a mi admiración por el autor y la vinculación con la persona de la que proviene. Galeano me llegó de la mano de un amigo que es la mejor forma de que un libro como ese llegue hasta alguien. Puede parecerles un contrasentido, incluso tal vez lo sea pero ese libro me ocupó tanto que no me acerqué a ningún otro de los suyos, en él ya estaba Galeano. En esta, como en otras grandes obras, no es posible discernir, no para mí, pensamiento de sentimiento y aun a riesgo de pecar de presuntuosa creí, aun creó, que me permitió conocerle y desde entonces quedamente, respetarle. Con Galeano, como les ocurre a otros autores latinoamericanos, no es que estén en sus libros es que parecen ser sus libros y aun rebosarles. De las muchas cosas que admiro en él hay sobre todo una a la que siempre vuelvo: su elegante conocimiento y uso del reverso (un doble verso). Al fin y al cabo eso es lo que distingue, me parece, a las personas con opinión propia. Esas a las que, cuando saben contarla con belleza, se llama poetas y novelistas o escritores cuando lo hacen en cerrada prosa. Saber ver las dos y hasta múltiples caras que todas las cosas tienen es, por un lado, saber ser sabio --veo la redundancia-- y, por otro, vivir con la poesía a cada paso. Y esa es, creo yo, una de las posibles maneras de hacer de la vida una obra de arte. El libro de los abrazos es uno de los que bauticé como "preñados" porque está tan lleno de vida dentro que después termina por crecer también en el lector cuando le insufla su propio aliento --algo así como lo que cuenta Galeano que le sucedió a "su" Lucía Peláez--. A ese forofo del fútbol, también mi elogiado Javier Marías lo es y es algo que no deja de sorprenderme, la palabra distinción le parecía que tenía algo de cómico, tal vez por lo que de grandilocuente tiene y de lo que él, contenido continente, siempre huía. Pero hoy la distinción no lo tendrá, solo reviste mi agradecimiento: es bueno saber que personas como él siempre existen y hacen de la vida algo mejor. Por cierto, he ahí mi segundo y breve tema: todo lo que en los periódicos hay no es otra cosa que la propia vida por eso las informaciones nos parecen eternamente redundantes porque la vida, como en un eco tartamudo, siempre va vuelve llega, llena. Ya saben aquello del retorno que aquel otro poeta pensó o soñó.

*Universidad de Zaragoza