La avenida extraordinaria del Ebro que ha golpeado este fin de semana las tierras zaragozanas ha tenido un impacto muy superior al anunciado por las autoridades. Con unos caudales de entre 2.200 y 2.500 metros cúbicos por segundo no cabía esperar, según la CHE, inundaciones tan devastadoras, pero lo cierto es que se han producido y el propio organismo de cuenca ha ido modificando los datos sobre la marcha. Las afecciones han sido importantes en municipios como Novillas, Pradilla y Boquiñeni, han tenido en vilo a otras localidades como Cabañas, Torres de Berrellén o Utebo, y se han dejado notar en Zaragoza de modo muy superior a la última crecida similar, la de invierno del 2003. El episodio se traslada ahora aguas abajo, sin que pueda darse por resuelto.

Las previsiones han fallado, como denunciaban los vecinos que debieron ser evacuados la noche del viernes al sábado en la Ribera alta, y como constató el propio Ayuntamiento de Zaragoza que elevó la alerta ayer mismo pese a que el viernes se le informó de que la punta de la riada atravesaría la ciudad la madrugada del domingo. Todo apunta a que la dinámica del río ha cambiado estos años atrás de modo muy superior al previsto por las autoridades, con un comportamiento inesperado que pone de manifiesto la sobreelevación del cauce y la falta de control del dominio público hidráulico.

El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se apresuró ayer a anunciar que sobrevolará la zona afectada, pero parece ya demasiado tarde. Este fin de semana de infarto para miles de vecinos en vilo era cuando se necesitaba el apoyo de las autoridades estatales. Los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias se han empleado a fondo, pero en número escaso para la magnitud de una riada que, como se constató en Navarra, podía comportarse con la misma agresividad.

Llegados a este punto, además de felicitarse por que no se hayan producido tragedias humanas, conviene actuar con prontitud en el tramo medio del Ebro. El daño es tremendo. Un episodio como el vivido ayer demuestra que las medidas de prevención de riesgos adoptadas en los últimos años para proteger los municipios han servido de poco. Con un caudal inferior a otras ocasiones los daños se han multiplicado, y nadie garantiza que en caso de no actuar con planificación y presupuesto puedan reproducirse a futuro.