He sido objeto de más de una y de dos demandas de grueso calibre. Gente importante me llevó a los tribunales, y les juro que, aun teniendo mi posición por muy segura, la situación siempre me causaba cierta inquietud. En materia de injurias, calumnias o defensa del honor y la intimidad, las sentencias han sido tan diversas y contradictorias que uno no podía (ni puede) relajarse hasta recibir un fallo favorable en la última instancia. Antes venía la zozobra de averiguar el talante del juez con el que habías caído, medir la influencia del letrado o letrados de la parte contraria, preparar la defensa por activa y pasiva... Ya saben la maldición: pleitos tengas y los ganes.

Eso de que somos iguales ante la ley y que dicha dama va con los ojos vendados, libre de ideologías, manías y otras ías es material muy caducado, pues a estas alturas todo quisque sabe de qué va la vaina. Las jeremiadas que se han oído últimamente sobre el derecho de defensa y la naturaleza objetiva del Estado de Derecho ofenden la inteligencia. ¿Se creen (los anti-Garzón, sin ir más lejos) que somos memos?

He visto a jueces zaragozanos dejar al pie de los caballos a un jefe superior de Policía con unos autos impactantes, temerarios y que finalmente quedaron en nada (pero nada de nada). He contemplado cómo otro magistrado daba por malos o por buenos los proyectos para reconstruir la Romareda según estuviesen dichos proyectos bendecidos, o no, por los partidos conservadores. Ahora mismo, y si nos vamos al gran escenario español, observo que la prevaricación de los jueces, el derecho de defensa, la presunción de inocencia y el secreto de las instrucciones se estiran y se encogen como la goma. Los del Gürtel o el duque de Palma son objeto de atenciones que otros imputados jamás tuvieron ni tendrán. ¿O no?

En un soberbio artículo publicado el pasado viernes en El País por Mercedes Gallizo, la hasta hace poco responsable de Instituciones Penitenciarias lamentaba que las cárceles estén llenas de desgraciados, de gente pobre, mientras la delincuencia de alto vuelo se busca salidas dándole la vuelta a la ley. Es la triste realidad. Y no nos vengan con milongas, que ya somos mayorcitos.