De acuerdo: el tema no es para tomarlo a broma. La España de la pomada se ha dividido rápidamente en dos bandos. Están quienes piensan que Aznar tiene autoridad y credibilidad suficiente para volver a ofrecerse como un nuevo rescatador de la derecha y de la Patria. Pero otros, entre los cuales me cuento, opinan que el expresidente del Gobierno usó la entrevista de Antena 3 para iniciar su defensa con un buen ataque. Hablando claro: este tipo tiene miedo. Su rígida severidad, su actitud destemplada, su extraña rabia son respuestas física a un creciente acojone. No me extraña que Bárcenas esté contentísimo de tener un nuevo aliado.

Lo que la pasa a don José María es que su pretendida imagen de hombre probo y de fiar se ha craquelado y amenaza con fracturarse sin remedio. En el actual PP (como en el de antes) pretenden que consideremos normales todas las extrañas cositas que salen a la luz: los sobresueldos, las retribuciones en especie, los sobres a secas, el laberinto de unas cuentas (¡las oficiales!) que el tribunal de ídem venía dando por buenas pese a su inaudita espesura, los regalos, los treinta y tantos mil euros en lucecitas para la boda de la niña... ¿Normal? Eso huele que apesta a financiación ilegal. ¿De dónde salía la pasta para tantísimo postín? ¿Qué se daba a cambio? ¿Cómo aceptar, sin ir más lejos, la inverosímil explicación que dieron ayer en Génova a la existencia de una cuenta del partido a nombre del banquero Blesa y en la que se movieron cientos de miles de euros? ¡Por favor!

Aznar tiene a su mujer en el alero, con el tema del Madrid Arena cada vez más oscuro. Y él se enfrenta a una revisión de la etapa, supuestamente maravillosa, en la que dirigió el PP. Porque fue entonces, justamente entonces, cuando empezó a poner el cazo y a pagarse a cuenta de donaciones ajenas la casa, la representación, las campañas electorales y las fiestas familiares. Campeón del neoconservadurismo celtíbero, chico de los recados de mister Bush, guerrero de guardarropía... Ahora juega de farol aterrado ante la posibilidad de acabar haciendo el paseíllo en los juzgados.