Aristóteles en la Política nos dice: «Para asegurar la permanencia de los regímenes políticos es muy importante la educación de acuerdo con el régimen. Porque de nada sirven las leyes más útiles, aún ratificadas unánimemente por todo el cuerpo civil, si los ciudadanos no son entrenados y educados en el régimen, democráticamente si la legislación es democrática, y oligárquicamente si es oligárquica…».

Ese entrenamiento y educación para la democracia debe producirse en la familia, los medios de comunicación, los partidos y, por supuesto, en la escuela.

En el Congreso y en la Comisión de Educación y Deporte, Jordi Feu Gelis, profesor de Pedagogía de la Universidad de Girona, experto en Democracia y Participación en la escuela y director del proyecto de investigación DemosKole, ha participado en la elaboración de un gran Pacto de Estado Social y Político por la Educación. Ha señalado que en nuestras escuelas e institutos la práctica democrática es muy baja, lo que significa que los alumnos acceden a la vida adulta con un déficit democrático. Señala siete causas de este déficit, para el cual presenta medidas correctoras.

Una cultura democrática de baja intensidad entre los docentes. Hay excepciones. Sin una cultura democrática y política firme por parte de los docentes, difícilmente podremos avanzar. Ha observado que los conocimientos sobre historia, sobre instituciones políticas europeas, nacionales y autonómicas, sobre sistemas políticos, sobre cultura política en general, son muy bajos. Muchos docentes asocian estos temas a la política, la cual les genera una cierta inquietud. Habría que implantarla en la formación inicial y permanente del profesorado sin complejos. Otra cosa diferente es que politicen a los alumnos, esto es distinto

La segunda que limita una democracia plena está asociada a dos temas. El primero está relacionado con una representación estamental de alumnos, docentes y familias en los órganos institucionales previstos por la ley, y el segundo, es que identifican democracia casi exclusivamente con el voto, lo que es una reproducción empobrecida de la democracia representativa. Empobrecida porque la vía de acceso a los órganos de representación es en muchos casos dudosa, ya que se neutralizan voces disidentes y el voto contrario a la posición oficial es mal visto. Por ello, los centros deberían ser espacios de democracia directa y toma de decisiones a través de procesos deliberativos.

La tercera es el estilo directivo impuesto, que favorece en general una democracia de baja intensidad. Al ser el director como un gerente con capacidad de tomar decisiones a espaldas de la comunidad educativa, esto impide construir proyectos educativos pedagógicos, ambiciosos y con calidad educativa. Habría que promocionar liderazgos colaborativos y horizontales.

La cuarta es asociar la participación de los alumnos a la elección de los delegados hecha de una manera precipitada, al inicio de curso sin conocerse el grupo y sin que los candidatos sepan sus funciones. Es un trámite que el tutor debe cumplir. Este es el punto único de la participación democrática, sobre todo pensando en los alumnos. Que los delegados participen activamente en las reuniones, parece que ya es suficiente. Habría que redimensionar a la baja las funciones de los delegados y algunas asumirlas el grupo de clase. Se debería destacar el proceso de elección y las funciones de los delegados.

La quinta es la banalización de las asambleas de clase, al ser concebidas para transmitir información inocua en general. Cuando se discuten aspectos relacionados con la clase, el curso o el centro se evitan temas polémicos, porque se piensa que el conflicto no tiene que entrar en la asamblea. No se puede hablar mal de un docente, del grupo clase o del centro, etcétera. Se podrían convertir estas asambleas como espacios reales y efectivos de participación y discusión, de vital importancia para el grupo, clase y centro.

La sexta se refiere a la participación de las familias. Si bien existe una retórica sobre la importancia de la implicación de las familias en los centros, en la mayoría de los casos la escuela condiciona su participación pidiéndoles ayuda puntual en cuestiones poco trascendentales. Las familias podrían intervenir en aspectos relacionados con la dirección, de mantenimiento, remodelación y mejora del centro. Esto permitiría construir comunidad, sentido de equipo, de responsabilidad, etc.

Los consejos escolares (CE) como órgano de participación, supremo, para democratizar los centros hoy no sirven, o no mucho. Por ser un órgano de representación estamental en el que, al menos en Primaria, los alumnos están excluidos; donde lo que se va a votar está decidido de antemano y con una presión indirecta por la dirección; es poco ágil y menos resolutivo, y al que se le han quitado competencias. Los CE están muy alejados de las formas de participación de los jóvenes de hoy, que participan, con estructuras ágiles, más efectivas y más resolutivas y acordes con un radicalismo democrático. Se pueden mejorar con más funciones, más transparencia informativa, con la incorporación de aspectos del interés de familias y alumnos. H *Profesor de instituto