En EEUU se ha liado un gran escándalo en torno a Harvey Weinstein, uno de los productores estrella de Hollywood. Un total de 30 mujeres le han denunciado por abusos sexuales. Las historias son de todo tipo. Jefe que te dice que le hagas un masaje. No hay coacción directa. Pero ella sabe que si no accede, no volverá a trabajar. En otro caso una actriz se considera violada porque él se le abalanzó y ella se quedó tan paralizada que no reaccionó. Después, ella tuvo relaciones con él, pensaba que si no lo hacía no trabajaría jamás. Estas actitudes, intolerables en EEUU, son aceptables en España. Aquí diríamos que Asia Argento es una trepa,o que la chica que va a la suite «sabía a lo que iba». O que si no las ha violado o no les ha dicho explícitamente que si no follas con él te echará, no podemos llamarlo acoso.

En España tenemos muy normalizado el acoso sexual en entornos laborales. Hasta el punto de que todas las mujeres, todas, que hemos trabajado durante años hemos vivido alguna vez un episodio así. Todas aguantamos de forma reiterada chistes de contenido sexual, comentarios sobre el cuerpo o la vestimenta, y otras conductas vejatorias amparadas en un supuesto compañerismo. Si nos quejamos, somos unas exageradas. Si lo hacemos cuando la cosa llega a más, lo hemos consentido. En cualquiera de los casos, hay una culpabilización de la víctima. El 95% de las quejas por acoso sexual en empresas no llegan a ninguna parte. Las víctimas, para colmo, no lo cuentan por vergüenza. Pero el acoso no debería avergonzar a la víctima sino al acosador. Y al país que lo consiente. H *Escritora