Hacíamos cola para comprar un helado. Una madre hablaba de las calorías que tenían algunos de los gustos, los más buenos, claro. Un comentario banal, que parece inocuo, pero si analizamos el día a día de nuestras hijas, niñas y jóvenes, ¿cuántas frases de este tipo reciben a lo largo de una jornada? Somos las mujeres las que tenemos tendencia a juzgar nuestros cuerpos y los de las otras mujeres. Empezamos por criticarnos nosotras mismas, decimos "mira, he de adelgazar, he engordado, me sobra de aquí, me falta allí, eso me cuelga...".

Luego observamos a las otras mujeres, en la televisión, en las revistas, en la playa o en cualquier espacio público. Decimos "esta qué bien está que ha adelgazado" o "la otra se ha operado". Sin ser conscientes enviamos un mensaje claro a las menores que buscan modelos femeninos para identificarse: lo que más importa en una mujer no es ni el talento ni la inteligencia ni la personalidad, ni siquiera que sea feliz, lo más importante es su aspecto, su imagen externa, que debe incluirse en unos moldes preestablecidos definidos.

La incomodidad con el propio cuerpo empieza, de hecho, en casa y no fuera, de modo que toda medida pública para frenar la propagación de los trastornos alimentarios será poco efectiva si antes las familias, sobre todo las madres, no somos conscientes de que también transmitimos nuestro malestar corporal a las niñas que nos siguen.

Retos absurdos

Entre los factores que alimentan las absurdas tendencias adolescentes de buscar medidas imposibles está el uso del móvil. O mejor dicho, la desprotección que supone que alguien de corta edad tenga entre manos esa potente herramienta tecnológica. Los niños de 10 o 12 años no deberían usarla sin la presencia constante de un adulto, quizá ni con adulto dada la capacidad de adicción que tiene.

Si no los dejamos fumar ni jugar a máquinas tragaperras no veo por qué es pertinente que se puedan hacer fotos para exponerlas al mundo. ¿Por qué necesitan tener Instagram las niñas? ¿Cómo aprenderán que el espejo, sea real o virtual, las puede arrojar a un pozo sin fondo? Ser alguien en entornos virtuales exige hacer tonterías o alcanzar retos absurdos poniendo en riesgo la salud, como este del ab crack.

Algunas entrarán en la competición porque ya han caído en la enfermedad, pero para otras será el detonante que las lleve a una espiral infernal de mucho sufrimiento de la que cuesta Dios y ayuda salir. La anorexia, como dijo Delphine de Vigan, es una droga muy adictiva, pero también lo son otros trastornos con mucha incidencia pero menos escandalosos a nviel público. La bulimia, con o sin vómito, es la gran desconocida.

El exceso de ejercicio es una faceta más de la preocupación desmedida por las proporciones corporales, en este caso siendo sus víctimas tanto hombres como mujeres, y camuflada por un pretendido cuidado de la salud. No nos engañemos, esta tendencia de llevar el cuerpo a extremos imposibles no es más que la punta de un iceberg que descansa sobre toda una cultura. Una cultura con una potente industria detrás, poca conciencia colectiva y unos estamentos públicos más bien blandos al hacer frente a lo que es, en toda regla, un problema de salud.