El desplante de los ¿propietarios? del Real Zaragoza al alcalde de la ciudad, Pedro Santisteve, sólo puede calificarse como una desafortunada estrategia, una chiquillada, más bien un contragolpe caprichoso con La Romareda como campo enquistado de batalla. Si el club es (que lo es) un patrimonio histórico de muchos zaragozanos y aragoneses, la Fundación 2032 desertó como mínimo en elegancia de su cualidad de representante de una herencia perpetua, de un vínculo familiar inquebrantable frente a cualquier tipo de pulso por muy lícito que parezca o se presente.

Esa ausencia en un acto protocolario, aunque se quiera encajar dentro de un marco de reivindicación altruista con la viabilidad del club ligada a la explotación directa o indirecta del estadio, chirría, confunde y envía un mensaje antagónico, de pataleo empresarial. Fue un error injustificable. El Real Zaragoza pertenece a su ciudad, a sus gobiernos legítimanente elegidos, y debe respetarla en todos los foros. Hasta ayer, había cumplido con pulcra puntualidad a esta cita. La Fundación debería aplicarse que "la mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo". En definitiva, hay que saber estar.