Comenzó una mañana de Navidad convencido de que la promesa hecha a sus hijas año tras año, esta vez no iba a terminar por los suelos. Así que se puso el chándal y las zapatillas, aunque no sin desgana, con la cabeza embotada y sin dejar de bostezar. Menos mal que al menos la temperatura no era demasiado baja. El puente hasta el otro lado y vuelta. ¡Vaya estupidez! Seis o siete recorridos la primera vez y más o menos los mismos los días siguientes. ¡Qué aburrimiento! Se desconcentraba tanto que para llevar la cuenta ideó un singular ábaco: pasaba un garbanzo crudo del bolsillo derecho al izquierdo a cada vuelta. Quién se lo iba a decir, superado el primer mes, la indolencia inicial se había transformado en un inesperado entusiasmo: 15 puentes completos en hora y media. Y más adelante, ya en pleno febrero, con frío, lluvia, niebla o todo a la vez, 20 garbanzos diarios (algo más de dos horas cada vez). Estaba agotado pero pletórico.

De repente sintió la necesidad de medir el habitual trayecto metro en mano. Quería saber lo que caminaba con la máxima precisión. Contó los tramos iguales en los que estaba dividida la barandilla (199) y multiplicó por la longitud del primero (1,38 metros). Al resultado añadió metro y medio de propina para compensar las junturas. Quería ser meticuloso. Según sus cálculos, 276,12 metros de largo. Es decir, 552,24 metros de puente completado (lo que viene siendo un ir-y-volver de toda la vida). Para entonces nunca bajaba de los ¡25 garbanzos diarios!

El verano siguiente todo se precipitó. Una casualidad (en pleno paseo se topó de frente con su amigo Luis Alegre) le condujo a otra (conoció a David Trueba) y casi sin darse cuenta estaba sentado a la mesa frente a los dos escritores y cineastas, ambos con cara de estar ante una aparición, detallando lleno de orgullo su singular aventura: caminaba cada mañana entre tres y cuatro horas encima de un puente. Además, había perfeccionado su método y ahora tenía datos más exactos, ya que estaba midiendo raya a raya la línea discontinua del carril bici que había sobre él.

Han pasado lo años y no pierde la esperanza de que un día de estos Luis o David le llamen y su historia termine en el guion de una película o en el argumento de una novela. Mientras, ayuda desinteresadamente en el club social del barrio a todos aquellos que, como él hizo un día, están dispuestos a cambiar el alcohol por un puñado de garbanzos. H *Periodista