Ese recorrido lo hice yo a mediados del mes de agosto. En una ambulancia, tumbado en una camilla y con un collarín de esos que te ponen por si te has jorobado algo del cuello. También llevaba los pantalones bajados (me estaban mirando una herida en la rodilla) y el labio superior abierto de lado a lado (porque debí mordérmelo en la barahúnda del choque)... Pocos minutos antes de semejante cuadro, servidor era el tranquilo pasajero de un taxi (la noche estaba lluviosa) cuyo conductor se metió caña subiendo Sagasta hasta que impactó con otro coche que cruzaba desde Fleta a Goya. Una hostia sensacional. Luego, a mí me cosieron los morros (no fue agradable), me radiografiaron las zonas contusionadas (todo estaba golpeado pero nada se había roto) y me dejaron irme a casa, a donde llegué cuatro o cinco horas después de lo previsto, dolorido, cabreado y sin cenar. Fin de la historia.

En lo relativo al tráfico, Zaragoza es como la sabana africana. Hay grandes depredadores (autobuses y coches), hay pequeños depredadores (motos y similares), hay bichejos molestos (las bicis) y una miríada de pequeños seres cuya vida pende cada segundo de un hilo pero que van y vienen, indiferentes quizás al riesgo que corren (los peatones). Así que los problemas de convivencia se plantean siempre de arriba abajo. ¿El tranvía? Bueno... el tranvía es un rinoceronte. No quiere comerte, no tiene interés en tí. Pero si te metes en su terreno, te embiste.

Sé que el tema de la movilidad centra y concentra la mayor parte de los debates ciudadanos. Por eso el cruce Sagasta-Goya, que tan bien conozco, se ha convertido en objeto de la curiosidad ciudadana. ¿Qué pasa allí ¿Por qué hay tantos accidentes? Y, finalmente: ¿quién tiene la culpa? Respondo a todo de una sola vez: de aquello no son responsables ni los peatones ni los ciclistas ni los setos ni los duendes; los choques corren por cuenta de los conductores de vehículos a motor que no respetan los semáforos o se despistan o conducen a mayor velocidad de la permitida... o simplemente no son capaces de entender las sencillísimas reglas que rigen en la confluencia de dos avenidas. De cajón.