Leo y oigo que en Madrid lo tienen muy claro: el desafío de los secesionistas catalanes es anticonstitucional y antiestatutario, luego caiga todo el peso de la ley sobre sus promotores. Sin complejos. Sin tontadas. Los barcos donde se alojarán miles de guardias civiles y policías ya están atracados. Los integrantes del estado mayor soberanista van pasando por el juez (que los deja en libertad, aunque... ya veremos). Los síndicos del sedicente Consejo Electoral han sido sancionados con una impresionante multa diaria (hasta que renuncien). La logística del 1-O es objeto de una presión implacable: web a web, imprenta a imprenta, papeleta a papeleta. Y en Madrid, ya digo, desde los ámbitos oficiales y oficiosos llega una ovación tras otra. Pero...

Pero el problema no está en Madrid. Ni siquiera en Zaragoza, pese a que la capital aragonesa sea escenario de una pugna entre Podemos y ZeC, de un lado, y PP y PSOE, de otro, por la cosa esta de las reuniones y los actos ¿en solidaridad con Cataluña?). No, el problema está en Barcelona, donde miles de personas se concentran en las calles. Desde allí llega además la espantada opinión de personas suficientemente informadas y equilibradas que advierten de cómo el independentismo abduce cada vez a más catalanes, en un proceso que lo desborda todo, oscurece el futuro e impide imaginar una solución razonable al conflicto.

En Barcelona (y el resto de Cataluña) la gente más sensata no se explica cómo la Policía Nacional fue a la sede de la CUP sin una orden judicial o cómo podrán los antidisturbios del Estado neutralizar sin violencia a miles de ciudadanos indignados. Nadie en su sano juicio ve otra alternativa que ir a un referendo legal y pactado. Eso... o mantener bajo permanente ocupación policial (¿o militar?) un territorio que alberga a más del 16% de la población de España y produce el 20% de su PIB.

Es en Barcelona donde está la clave, no en Madrid. Aquí, en la capital del Reino, el patriótico ramalazo canovista de Rajoy tiene muchos partidarios. Pero ellos, ¡ay!, no tienen la clave para salir del laberinto.