España ha acudido con la mayor representación de la historia al Foro de Davos, incluido Felipe VI, y la habitual ausencia de Mariano Rajoy, que o bien prefiere guardar su inglés para la intimidad o bien no ha querido que le pusieran la cara colorada. Esta cita anual surgió de la iniciativa de una fundación privada para diseñar estrategias financieras y directrices del mercado europeo respecto a la economía global, siempre al margen de resultados electorales y composición de los diferentes Parlamentos nacionales, pero de salida tiene una clara coincidencia entre su enfoque neoliberal y la orientación ideológica de gobiernos como el español, por lo que no debería haber nubarrones en el horizonte. Sin embargo, no es eso lo que se ha desprendido del informe elaborado por este Foro Económico Mundial que muestra una creciente preocupación por la desigualdad social. Nuestra economía, que presume de estar entre «las 14 más grandes del mundo», según la versión oficial, es, según el informe, la 26 de 29 en desarrollo inclusivo.

No solo en ningún otro país de la UE ha crecido más la desigualdad desde el 2007 -solo en Rumanía y Bulgaria la brecha es mayor-, sino que también es el penúltimo en aprovechar el capital humano que genera, lastrado por su alto desempleo juvenil. En paralelo, Oxfam ha recordado que del 2016 al 2017 un 1% de privilegiados capturó el 40% de toda la riqueza creada mientras el 50% apenas consiguió repartirse un 7%, que la recuperación favorece cuatro veces más a los ricos que a los pobres, y que mientras los beneficios empresariales se dispararon el 200% solo en el último año, los salarios siguen estancados desde el 2012.

Aun así, los populares, tan dados a las amnesias, se aferran a la idea de que lideran el ascenso macroeconómico gracias a un «esfuerzo común» pese a que el propio Foro lo desmiente, advirtiendo de que la nuestra es la única de las grandes economías que retrocede en crecimiento con cohesión social y de que somos los últimos en reparto de recursos. A ello añade el desequilibrio entre generaciones, la falta de calidad institucional y un creciente descrédito de la clase política. Definitivamente, se acaban los calificativos para describir la realidad que los números avalan. Y eso que nunca faltan aportaciones como esta de José Manuel Naredo, Premio Nacional de Economía en el 2000: «No es necesaria una revolución para cambiar un modelo económico tan cutre como el español». H *Periodista