Reconozcamos que somos nosotros mismos, los que nos mostramos poco capaces de conseguir que el espíritu de lo que representa la Navidad para un cristiano se sostenga por nosotros y con nuestro modo de comportarnos, no únicamente, durante estos días, sino durante el año entero.

Lo esencial de la Navidad para un cristiano es el amor pero debemos reconocer que somos desfallecientes como cristianos y también como personas; se lo escuché decir a un profesor de la facultad en primero de carrera y me pareció entonces, una afirmación muy novedosa sobre el empequeñecimiento de la voluntad, inherente a la condición humana.

Sin que uno sea precisamente, maestro de moral, sí digo que la doctrina cristiana cuenta con ese decaimiento casi rutinario de nuestros deberes pero no niega el perdón ni "setenta veces siete", para volver al buen camino.

Un amigo mío que es sociólogo y como indica él, "discretamente escéptico sin llegar a laico", no niega ni se opone, a la influencia de la religión en la vida cotidiana; "en la vida humana, dice, no basta solo con la ciencia", hay otros valores indispensables.

Sin dárselas de teólogo (¡qué arduo parece eso de conocer no digo ya de dominar, "la ciencia de Dios!), mi amigo sostiene una especie de tesis acerca de lo que pasó en el Paraíso; cree que fue realmente una confirmación de lo que podía esperar Dios de la condición humana que, puesta a ser libre, no soporta que se le dé todo hecho, porque, ¿de qué le iba a servir la libertad?

No quiero replicar a mi amigo pero reconozco que no le faltan razones (aunque no sepa si tiene razón...) para opinar de esa manera; desde luego, ¿qué utilidad hubiera tenido esa libertad de los humanos si Dios nos diera resuelto un presente y futuro paradisíaco?, ¿para qué nos servirían entonces, memoria, inteligencia y voluntad?

Aunque Vital Aza mi bien humorado paisano, explica versificando sobre la manzana que "fue tan codiciado fruto / por el que Dios lanzó del Paraíso / a Eva y Adán y estamos los mortales, / por culpa de esa tonta y ese bruto / sufriendo los castigos terrenales...", la verdad es que es más sencillo exculparlos a ellos, carentes entonces de toda experiencia, que excusarnos a los que fuimos llegando detrás. Puede que nos falte aprender a ser buenos.

Así iba el otro día preparando a ratos libres el artículo de mis "opiniones con domicilio" para hoy, víspera de Nochebuena, cuando recibimos el terrible impacto de la matanza de veinte niños más siete adultos, en una escuela infantil de Connecticut. ¡Dios mío que bárbaros somos! La foto de un niño y una niña intentando no ver lo que pasaba ante sus ojos, estremece y hace llorar a cualquiera; ¿qué aprendió, por qué y para qué ese joven asesino?

Tan inmensa tragedia, que desgraciadamente no es la primera que tenemos que deplorar en poco tiempo, ha ocurrido en un sitio concreto del mundo; sensiblemente, pero igual que otros anteriores, sucede en el mundo entero y una vez más, tenemos que preguntamos ¿qué nos pasa y qué hay en nosotros que nos impide evitar episodios tan desgarradores?

La solución no es simple, desde luego. No bastaría obviamente, con encarcelar a los autores cuando a veces, como en este caso, ellos mismos optan por suprimirse; ni barrotes ni ejecuciones son el remedio, sólo son parte de las consecuencias.

Necesitaríamos una difícil y común predisposición básicamente humana, en la que coincidiéramos, unánimemente, la mayoría de todos y preparada desde las primeras luces para respetar los deberes y valores más indispensables de la convivencia; tanto los laicos de cualquier especie como los creyentes de cualquier religión y también los indiferentes, deberíamos coincidir al menos, en este punto.

Respetar y ser respetados en todas las ocasiones, no propiciar violencia alguna, cultivar de cara a los demás, sin excepción alguna, el valor humano e infinito de la existencia y saber también, que la locura nos acecha.

Reglas tan indispensables, requieren de cuantos vivimos en este difícil mundo, una actitud constante que empiece por vigilar los propios arrebatos y por mantener siempre previsiones conciliadoras y claro, "ahí está el detalle", procurando hacer frente al infractor y evitando ¡qué difícil!, que el remedio no sea peor que la enfermedad. Dios nos asista. ¿Felices Navidades?