No se lo esperaban. Raro, porque Sánchez había construido con sorprendente facilidad una estructura paralela extensa y potente, llenaba sus actos y le mantuvo el pulso a Susana en la escabrosa competencia de los avales. Ganaba seguro, salvo pucherazo. Pero ni el aparato ni los medios y periodistas oficiosos ni la derecha política y fáctica vieron la cosa hasta la noche del domingo. Cuando ya era irremediable y no había margen para ninguna maniobra de emergencia. ¿Qué maniobra?

Por eso luego se les ha visto a todos tan arrebatados. La jefa andaluza, desabrida. Patxi, descompuesto... Y Rajoy, ayer, tan jodido que parecía ser él el derrotado en la pugna por el liderazgo del PSOE.

Eso sí, Sánchez y los suyos ya pueden prepararse para gestionar con tino su victoria. No sé si han llegado a enterarse de que ahora habrán de pactar con los barones para crear unas condiciones que permitan dotar de coherencia a su actividad en las instituciones (por ejemplo en los gobiernos autónomos, que seguirán en manos de quienes ya los presiden) y una mínima paz interna en el partido. El nuevo secretario general ha demostrado que es algo más que un tipo fotogénico y con una magnífica percha. Ha sabido levantarse después de ser derribado, ha recuperado un discurso a base de rectificaciones y regates en corto. Pero muchos de los que le votaron anteayer no lo hicieron tanto porque les entusiasme sino porque querían ajustar cuentas con el aparato.

Otros que quizás no han captado la hondura de lo que ha pasado en el PSOE son los de Podemos. Pudiera ser que, a partir de ahora, el viejo partido que parecía ir camino del desguace coja un segundo aire y compita con ellos en el terreno de la novedad mediante una reinvención verosímil. Qué cambiante, qué compleja y qué inapelable es la realidad política en estos tiempos de posmodernidad y nuevos paradigmas.

Lo que sí ha sido genial es lo de Huesca. En aquel señorío, el oficialismo ha ganado en nombre de Susana y ha exhibido músculo orgánico. Ahora... a administrarlo.