Cuatro partidos políticos luchando en apenas tres puntos porcentuales del que más al que menos, como reflejan los últimos sondeos, supone un hecho insólito en nuestra democracia y como tal, resulta difícil pronosticar qué estrategia pesará más en las urnas a la hora de la verdad. Eso sí, que nadie espere una noble carrera de galgos con el músculo que dan programas electorales creíbles y la firmeza de las ideologías; nos espera una pelea a cara de perro entre los cuatro en la que probablemente pesen más los errores ajenos que los aciertos propios.

El hartazgo ciudadano que han ido reflejando los sucesivos barómetros del CIS lejos de desmotivar ha propagado la movilización y de paso ha desacralizado a los viejos partidos. Así, Podemos, que llega como consecuencia de la indignación, se ha colocado en tiempo récord a la altura de PP y PSOE; mientras que Ciudadanos ha sabido arrogarse de la condición de plan B para los moderados, opción que por ejemplo recomienda abiertamente Josep Oliu, presidente del Banco de Sabadell.

La política como espectáculo que seduce, las cuidadas puestas en escena con caras sonrientes propias de algunas sectas, donde se arropa a líderes paternalistas subidos a una tarima, pueden no ser suficientes. De pronto la cercanía lo ha inundado todo y vemos cómo del entramado de organizaciones sociales hasta ahora casi anónimas van surgiendo candidatos a listas, poco o nada conocidos pero de sólidas trayectorias éticas. Aun así, corruptos camuflados en unos casos o arribistas en otros (aunque coladeros como el PSOE del 82 ya no se volverán a repetir) pueden causar un daño letal.

Aunar ambición con coherencia, medir las ocurrencias y dominar la natural vanidad y soberbia de quienes aspiran al poder será vital. Ejemplos como el arrogante desdén de Rafael Hernando o el histrionismo sin freno de Monedero pueden lastrar de un modo decisivo a los suyos. Ahí mismo está el caso de Rosa Díez, tantas veces la política más valorada y ahora...

Esta vez puede que ganen los que logren que otros pierdan. Así que, atentos, porque quién sabe si el quietismo de Rajoy aún tiene mucho que no decir.

*Periodista