E l macropuente festivo de la Constitución y la Inmaculada ha comenzado con unas expectativas turísticas dignas de análisis sociológico, más allá de su evidente impacto económico. La estampida hacia los destinos vacacionales viene siendo de órdago desde el viernes, disparando el consumo de combustible, llenando los visitantes hoteles, balnearios, instalaciones invernales, pueblos con encanto...

Todo apenas unas horas después de que en Aragón se aprobara una ley de emergencia social --ante la evidencia de que existe una capa cada vez más gruesa de la población marginada o en riesgo de exclusión--, o de que el Consejo de Ministros anunciara una subida fiscal para recaudar 4.650 millones más el año que viene gracias al Impuesto de Sociedades y a los tributos especiales del alcohol y del tabaco, y de que nos enteráramos de que el Gobierno había echado mano de nuevo del debilitado fondo de reserva de las pensiones para el pago de la extra de diciembre.

La primera conclusión que puede extraerse es que la crisis de la década pérdida (estamos a punto de recuperar los índices de riqueza previos al crack financiero) ha dejado definitivamente una sociedad dual. Una sociedad dual dividida entre ciudadanos que pueden (económicamente) y que no pueden, aunque más bien habría que ir hablando de una sociedad multidual, o multifracturada, puesto que no solo se produce una divergencia en parámetros económicos sino en parámetros informativos: hay una parte de la sociedad que se entera, o parece enterarse de la situación, y otra que no se entera, o parece no enterarse porque no puede o porque no quiere. Habrá que ser alemán para entender este país, un país en el que cuando los sindicatos llaman a la movilización los españoles se van de puente. Siempre cabe pensar que será para coger energía ante esas inminentes movilizaciones.

Y aquí podría extraerse una segunda conclusión, con esa España quebrada entre quienes pueden permitirse unas vacaciones y quienes no, como metáfora de la dolorosa dualidad o multidualidad. El grupo social de los excluidos está cada vez más lejos de la inclusión, imposible por generación espontánea. Las políticas públicas que vienen aplicándose tienen más de paliativo que de auténtico reconstituyente que permita, por ejemplo, reflotar a los 32.000 hogares aragoneses con todos sus miembros en paro, o a las 13.000 familias en las que ninguno de sus miembros dispone de ingresos regulares.

CON UN IMPORTANTE impulso público, se están promoviendo cambios legislativos necesarios, como la citada ley de emergencia social, o la ley antidesahucios para impedir que un deudor de buena fe pueda ser echado de su casa, o la norma para que no se corte la luz a personas sin recursos que no pueden pagarla. Pero no se está consiguiendo eliminar el problema de raíz, sino tapar sus consecuencias. Ayudar a los necesitados no es un programa polí- tico en sí mismo. Y aquí viene una tercera conclusión ante lo que viene ocurriendo en España: hay que redistribuir la riqueza, no la pobreza, y por eso es más destacable que se haya pactado entre PP y PSOE una subida del salario mínimo interprofesional del 8% para el 2017 que algunas leyes que tienen más voluntad que efectos prácticos.

A veces resulta imposible establecer fronteras mínimamente racionales entre la España macilenta y la lustrosa. Un país, el nuestro, sin término medio que se debate entre los programas tipo Gota de leche (un tercio de los niños están en riesgo de pobreza o exclusión según Cáritas, Unicef, Save the Children...) y el Masterchef celebrity que reúne estos días en la tele pública a unos famosos para desperdiciar a manos llenas cabezas de carabinero u otros manjares. Un país desigual en el que conviven los extremos y la contradicción, con la miseria y el lujo dándose la mano, tan lejos y tan cerca. La clase media se diluye y parece desvanecerse tras una larga etapa de crisis económica y desorientación social.

En unos días podrá elevarse un balance definitivo de esta semana de idas y venidas turísticas, pero como ya ocurrió en el anterior puente de Todos los Santos, las cifras de ocupación y el volumen de negocio serán altas. Si además de procurarnos felicidad y reparación del cansancio, estas minivacaciones conducen a una reflexión colectiva, especialmente entre quienes están llamados a enderezar la cosa pública, bienvenidas sean. El país necesita recuperar aliento tras un año complejo políticamente, en el que la mejora de la macroeconomía sigue sin reflejarse con la nitidez que prometen los números.