Se ha armado un revuelo porque una agencia pedía azafatas con la talla 95 de pecho, altas tacones y morenas. Mucho ruido por un anuncio sexista, sí, aunque tampoco hay para tanto: quieren chicas guapas porque es lo que vende. Digamos que si una detesta que le sexualicen la anatomía, no se mete a azafata, sino a panadera o arquitecta. También las feministas de Femen enseñan los senos para reivindicar los derechos de la mujer, y cuando se ponen en acción parece que hayan pasado por un casting de activistas bien moldeadas. Ofende más la letra pequeña del asunto que las tetas en sí. A las azafatas les pedían el currículo, y de haber sido contratadas, la hora de sonrisa y taconeo les habría salido a 11 euros; tal como se está poniendo la cosa, no está mal, pero convendría recordar que el coste medio de una hora de trabajo en la UE está en 23 euros. Talla de sujetador aparte, resultan más denigrantes actitudes sexistas bajo las que se escudan algunas mujeres. Como Rosalía Iglesias, la esposa de Bárcenas, quien ha repetido en los juzgados el papel de Cristina de Borbón. Otro caso de infantismo para defenderse: que no sabía nada de la contabilidad B, que se limitaba a firmar lo que le pedía su marido, papeles en blanco... Resulta más verosímil el cuento de La Cenicienta. Mientras ella no se enteraba, el extesorero del PP mantenía a buen recaudo 48 millones de euros en las cuentas suizas. El cómodo disfraz de la mujer invisible, oculta bajo el abrigo de visón. Y encima dice que tampoco llega a fin de mes. Periodista