La escritora norteamericana Joan Didion en El año del pensamiento mágico nos sobrecogió por su capacidad para contar el extrañamiento físico y emocional con el que vivió la muerte de su esposo. Pero, sobre todo, nos maravilló la asepsia emocional con la que narró su duelo.

Recientemente han aparecido dos nuevos textos, uno de ficción y otro de no ficción, de dos mujeres que asumen el reto de visibilizar la muerte; de atender al dolor por la desaparición y contarlo para entenderlo, para asumirlo. Dos libros valientes: la crónica El comensal (Caballo de Troya, 2015) de Gabriela Ybarra y la novela Idea de ceniza (Periferia, 2015) de María Virginia Jaua.

Nos centramos hoy en El comensal. Gabriela Ybarra recompone por medio de las crónicas que aparecieron en julio de 1977 en diferentes medios españoles, el secuestro y asesinato de su abuelo a manos de ETA. Es una narración sin concesiones ni autocompasión. Una crudeza que contrasta con el relato doliente de la muerte por cáncer de su madre en el 2011.

El comensal, nos cuenta Ybarra, es un ser invisible que acude cada día a la mesa familiar. Que tiene su plato, su vaso, sus cubiertos y que de vez en cuando "proyecta su sombra sobre la mesa y borra a alguno de los presentes". Ese estigma familiar parece esencial a su recorrido genealógico y explicación última. El primero en desaparecer fue su abuelo paterno, un 20 de mayo de 1977, cuando unos etarras encapuchados entraron con metralletas en su casa y sacaron de la ducha a su abuelo para secuestrarlo y matarlo.

"La muerte de mi madre resucitó la de mi abuelo paterno (-) El tedio de la enfermedad llamó al tedio de la espera del secuestro". Aún tardaría meses la autora en comprender el dolor de su padre y cómo una muerte le condujo a la otra. El relato de la enfermedad y la muerte de su madre sin duda refleja la presencia, la vivencia directa y dolorosa de Gabriela. La fisicidad doliente de los cuerpos: el de su madre, el suyo.

Es relevante cómo la autora se ocupa del cuerpo, de los cuerpos: de la incertidumbre ante la ausencia, de los detalles corporales en el cadáver de su abuelo, cuando finalmente lo encuentra la policía, que revelan indicios de cómo fueron sus últimos días, así como del cuerpo paulatinamente deteriorado de su madre, quemado por el tratamiento, de su desnudez enferma, de su progresiva imposibilidad física.

Gabriela Ybarra nos lanza al vacío, nos muestra un espejo que refleja el dolor y la muerte que nos hiere precisamente por su emotiva asepsia narrativa, por su transparencia y parquedad estilística. Un dolor y un duelo personales, pero también públicos, sociales-

Concluye la autora, Gabriela Ybarra: "Mi intimidad aún es política. La muerte de mi madre también. El lenguaje, los silencios, las casas, la convivencia, los sentimientos. Todo es política".