Europa avanza hacia atrás. Es el paradójico resumen de lo acontecido en Bruselas en la cumbre de la UE dedicada a superar la parálisis institucional derivada del rechazo de la Constitución por los electores de Francia y Países Bajos. Los líderes europeos encontraron en la intransigencia y la estridente exhibición de los agravios históricos de los líderes de Polonia, los gemelos Kaczynski, el chivo expiatorio para los problemas esenciales que no fueron planteados o que se solventaron con el expediente de aplazarlos hasta el 2017. Con las concesiones en política exterior a Gran Bretaña y sus aliados o las derogaciones en algunas materias sensibles, el éxito precario de evitar lo peor corre parejo con la satisfacción de los euroescépticos. Frente a la cancillera, los 27 han diluido bastante los criterios federalizantes que recogerá el nuevo tratado funcional que inventó el francés, Nicolas Sarkozy. El proyecto minimalista traduce una falta de ambición y hace más urgente que nunca una aclaración de las posiciones junto a una revisión de las normas para modificar los tratados sin unanimidad, reconociendo la realidad de una UE de dos o más velocidades. Los más rezagados no puedan entorpecer la marcha de los mayoritarios que preconizan una verdadera integración política. La línea divisoria se establece entre los defensores del Estado-nación y la cooperación entre iguales y los que pretenden superarlo con la creación de un espacio político europeo.