Hay en el entorno de la filosofía, de la cultura, una serie de conceptos que no encajan fácilmente en los sistemas, pero que contagian, absorben o complementan otras ideas y fenómenos, y que están ahí, siempre activos en la vida del hombre.

Uno de esos conceptos universales y eternos, pero escurridizos en su definición y como emboscados en el pasado, presente y devenir, es el dolor.

Ahora, un profesor del CSIC, Javier Moscoso, ha publicado en Taurus una Historia cultural del dolor que intenta rellenar tal hueco con un discurso lógico, aunque necesariamente pluridisciplinar.

El ensayo abarca desde las manifestaciones medievales de castigo corporal y terror religioso a las transgresiones masoquistas o a la utilización del dolor como arma política.

El dolor anímico, espiritual, el dolor del parto, el dolor punitivo, el dolor psíquico, el dolor por la pérdida de Dios o por la dolorosa quemadura del infierno irán tejiendo un raro, sombrío y fascinante tapiz etiológico y derivativo sobre las causas, efectos, propósitos y consecuencias indirectas del dolor.

El texto de Moscoso está lleno de hallazgos, reflexiones y observaciones tan agudas como la ausencia de lágrimas en los rostros de los santos. ¿Por qué, en efecto, se les representaba con el gesto impertérrito y la mirada serena en medio de las más atroces manifestaciones de dolor?

En los dramas litúrgicos, inspirados en esos mismos santos, se utilizaban entrañas de animales para simular las amputaciones y evisceraciones de los tormentos, con tal realismo que a menudo el piso de los teatros y de las iglesias quedaba bañado en sangre.

De las flagelaciones conventuales a la tortura china o a la crueldad colonial media un salto de continentes y siglos, pero hubo épocas en que Europa estuvo fascinada por esas prácticas y otras muchas que utilizan el dolor como búsqueda, unas veces, del placer, y otras de la verdad o de la paz con uno mismo.

La amplia bibliografía citada por Moscoso, desde Miguel de Cervantes a William James, está jalonada por láminas que representan imágenes simbólicas, artísticas, --históricas, en cualquier caso--, del dolor en sus mil variantes.

Cuadros de Tiépolo, Durero, Schiavoni o Gèricaultenriquecen la edición y el inventario de preguntas que seguro nos formularemos al concluir la lectura.