El PP siempre ha presumido de no tener otro partido conservador que le haga sombra a su derecha, pero la explicación de semejante éxito es muy simple: con excepción del Foro asturiano, aquel Francisco Álvarez Cascos que cabalga en caudillo, lo tiene dentro.

Así, al menos, como el núcleo de una derecha radical en el seno del PP, se visualiza cualquier exabrupto de Esperanza Aguirre, la Sarah Palin del Partido Popular, más a la derecha que el propio Fraga.

El útimo ataque de Aguirre al Estado de las Autonomías, pidiendo la devolución de competencias al Estado central, da voz a esa vieja derecha de origen franquista que nunca consintió con lo que desde un principio llamaron la balcanización de España. Y, sin embargo, pese a lo radical de su ideología, el hecho es que, con su autoritarismo y gracejo, Aguirre ha ganado una y otra vez, y de calle, las elecciones de la Comunidad de Madrid; lo que significa que mucha gente, y no sólo madrileños, la apoya y comulga con sus opiniones.

No así, de momento, su señorito, Mariano Rajoy, quien, siempre entre Pinto y Valdemoro, entre Soraya y Aznar, se ha declarado, con esa mesurada y como sin vida palabra suya, partidario de dejar las cosas, y las autonomías, como están, Veremos por cuánto tiempo, porque la labor de acoso y derribo a que el Estado Autonómico está siendo sometido por el ala dura del PP, los medios de obediencia debida y los de orden va haciendo mella en su credibilidad.

Aguirre, como la mosca tabanera, no se espanta al primer papirotazo, y mucho menos con esos suaves capones con que Rajoy regaña a los suyos, tal que un mosén collejeando al monaguillo. La Cólera de Dior volverá a la carga con las competencias y los gastos autonómicos, tal vez, incluso, con la vista puesta en la sucesión del propio Rajoy, cuando éste y los sorayos aflojen, para auparse a la cúpula del PP sobre los peldaños de la mano dura, la intransigencia y el regreso a las buenas costumbres.

Los malos tiempos lo son para casi todos, menos para esta derechona conspicua y pertinaz, siempre presente en el imaginario español. La mejor manera de combatir su inquisición es participar en las procesiones democráticas y defender con argumentos y renovadas ilusiones los sagrados principios de la religión cívica más extendida.

¡Qué cruz para el pobre Mariano!