Mary Beard en su manifiesto Mujeres y poder, establece que las mujeres como género, no como individuos, quedan excluidas del poder por definición. «No es fácil encajar a las mujeres en una estructura que de entrada está codificada como masculina: lo que hay que hacer es cambiar la estructura». Esta es la síntesis de la tesis de la historiadora británica. En 1995, Beatriz Colomina estableció que el género y otras formas de diferencia se producían de forma activa en arquitectura. Afirmaba que la arquitectura era institucionalmente de género, ya que es una profesión históricamente masculinizada por su cercanía con el poder y por la falta de políticas de conciliación entre profesión y familia. Con estos antecedentes, el Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón ( COAA) sensible a este tema participó en la organización y coordinación del Encuentro 2017, perspectivas de género en la arquitectura celebrado en Zaragoza.

Tratar el tema adecuadamente supone una voluntad de cuestionar códigos y normas actuales; superar los estereotipos existentes y cambiar los paradigmas convencionales.

Hay que pensar en binario, y hay que moverse por valores, no por interés. Necesitamos redefinir el rol de la mujer para promocionar la igualdad efectiva, que no es solo equidad, es además el reconocimiento justo de la calidad, la capacidad y el mérito tanto profesional como humano.

Romper el techo de cristal; evitar que la mujer sea invisible, eliminar la brecha salarial, los cargos, las oportunidades, el reconocimiento, la igualdad... son objetivos a conseguir y conquistar. En la práctica, la arquitectura nunca ha sido una acción neutral en cuestión de género, no es un problema de talento, es un problema cultural.

La teoría de género plantea la dificultad de desbrozar que parte del pensamiento femenino es propio y que parte le asignan los convencionalismos sociales y culturales. El rol de género es por tanto un constructo, una etiqueta tradicional e histórica que desemboca en que el papel de la mujer haya derivado, en muchos casos, hasta la banalización.

La experiencia masculina ha sido formulada como objetiva, neutral, racional y universal; mientras que la experiencia femenina ha sido formulada como subjetiva, emocional e irrelevante. Esta discriminación tiene sus raíces y se manifiesta en el lenguaje y la comunicación. El aspecto más conocido es el uso gramatical del masculino como especie (abarca ambos géneros). El masculino subsume el femenino y de esto derivan los fenómenos de invisibilización, exclusión, subordinación y desvalorización. Como el lenguaje es una cuestión cultural, por tanto es política y es desde ella desde donde se debe acometer más efectivamente el problema.

En el campo de la arquitectura, intelectualmente hay un consenso bastante generalizado sobre la superación de las estandarizaciones estereotipadas. La autopercepción de los arquitectos como miembros de una profesión moderna que sería incompatible con la existencia de prácticas discriminatorias en género se ve contrarrestada por una concepción social donde las reglas del juego inducen a pensar, sentir y funcionar en clave típicamente masculina.

Es fundamental buscar las herramientas y estrategias necesarias para desterrar la ceguera moral (adiáfora) que el maestro Zygmunt Bauman tan magistralmente define y que domina en la sociedad. Es imprescindible una actitud sincera y constante que cree un sentimiento muy sutil que se permeabilice en nuestro interior, hasta instalarse de manera inconsciente pero real y eficaz. La sociedad es inerte y necesita estímulos para reaccionar ante ese gatopardismo imperante. Por tanto, la reivindicación y solidaridad son una de las principales armas para encarar esta redefinición del rol femenino.

Actitudes, supuestos y prejuicios están profundamente arraigados en nuestra cultura, nuestro lenguaje y en los milenios de nuestra historia. No son problemas exclusivos de la arquitectura, son extrapolables a todo el espectro social… y son el resultado de sociedades patriarcales y machistas. No es suficiente esperar para lograr una igualdad real, sino se debe batallar para enraizar una sensibilidad extrema y normalizar una situación que actualmente, en ciertos casos, conculca los derechos más elementales.

No solo somos lo que somos sino lo que compartimos con los demás. Por ello, tomar conciencia (postura ética) y consciencia (postura especulativa) de la situación y formar parte de la reivindicación de la equidad es una actitud absolutamente irrenunciable.

*Decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón