El señor Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, suele alardear de manejar bien los tiempos políticos. Perdedor en dos elecciones generales, ganó en 2011 por mayoría absoluta gracias al desastre y al fiasco en que se convirtió el gobierno de la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. En el programa electoral con el que se presentó a esas elecciones prometía, esencialmente, bajar los impuestos, reducir el déficit público y crear puestos de trabajo, hasta tres millones dijo uno de sus conmilitones. Cuatro años después, esas tres grandes promesas han sido incumplidas, y de manera escandalosa: ha subido los impuestos hasta niveles asfixiantes, casi la ha duplicado la deuda pública y el paro sigue siendo el problema más grave de este país. En unos días comienza una nueva campaña electoral que desembocará en las elecciones generales del día 20 de diciembre, y, como en cada proceso, anda la casta política metida en este lío de los debates en los medios. Tras once legislaturas desde el año 1977, la que comenzará en enero será la duodécima, es impresentable que no haya un acuerdo sobre cómo celebrar los debates electorales, y que año tras año esta cuestión dependa de la voluntad, aleatoria en cualquier caso, de los candidatos.

El día 7 de diciembre, en pleno puente de la Constitución, se ha programado un debate electoral en televisión en el que van a participar los cuatro partidos que tienen, según las encuestas, mejores expectativas de voto, excluyendo injustamente a Izquierda Unida. PSOE, Ciudadanos y Podemos estarán representados por sus máximos líderes, pero el PP enviará a la vicepresidenta del Gobierno. El señor Rajoy se ha negado a asistir a esa cita alegando que ya participa en muchos debates y que tiene una agenda muy completa. Obviamente es mentira. Durante estos cuatro años, el presidente del Gobierno se ha mostrado a los españoles mediante un plasma, no ha dado explicaciones de casi nada y los ha tratado como a menores de edad, cuando no con un desprecio inaceptable. Y por si no fuera bastante semejante inanidad y desgana, al señor Rajoy no se le ocurre una gracia mejor que dedicar toda la tarde y la noche del pasado martes a comentar un intrascendente partido de fútbol en una emisora de radio. Supongo que los partidarios del señor Rajoy le perdonarán estas ocurrencias y le seguirán votando, pese a que se desconoce su programa, pero lo que ha hecho el presidente no deja de ser una vergüenza.

Escritor e historiador