En los casi 15 años transcurridos desde la puesta en circulación de la moneda única europea, la inmensa mayoría de los ciudadanos no han tenido nunca o casi nunca en las manos un billete de 500 euros. No es extraño, porque un billete de ese valor es tan raro e innecesario como lo hubiera sido en el 2001 un billete de 83.193 pesetas. Pero la tradición alemana de tener papel moneda de alto valor y la euforia económica de principios de siglo condujeron al Banco Central Europeo al error de introducir el superbillete pese a que muchos expertos ya vaticinaban que favorecería el trasiego y el blanqueo de dinero negro. Así fue, y al cabo de tres lustros el BCE ha rectificado. Pero solo a medias, porque el billete morado seguirá imprimiéndose dos años más y su uso seguirá siendo plenamente legal de forma indefinida, contrariamente a lo que solicitaban quienes apostaban por eliminarlo de raíz. Es grotesco que en países como España tres de cada cuatro euros circulantes estén contenidos en los billetes de 500, convertidos así no en símbolo de la opulencia sino, la mayor parte de veces, en refugio de los canallas.