Hace falta más poesía en la vida política, pero no por lo que tiene de retórica sino de verdad. Sobran discursos vacíos, palabras calculadas y tacticismos, y se echan de menos reflexiones profundas, ilusiones honestas y sentimientos. El poeta se desnuda ante la realidad, aunque sea en contra de sí mismo, y renuncia a los palacios y los trajes --como recuerda Pedro Salinas en La voz a ti debida-- para vivir en los pronombres, es decir, sin rótulos ni intereses ocultos. No es una utopía. Hubo un tiempo en que había más poetas y menos tecnócratas en la vida pública. Aquí mismo, Labordeta, aunque no fuera Miguel sino su hermano José Antonio, exhibió otra forma de hacer política con Chunta Aragonesista. Otro poeta, Rafael Alberti, fue elegido diputado del Partido Comunista al comienzo de la democracia como si fuera un tributo a los sueños y sacrificios de sus compañeros del 27. Y fuera de nuestras fronteras, solo hay que recordar a Pablo Neruda, el autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Esta semana ha saltado a la primera línea en la Comunidad de Madrid otro poeta, Luis García Montero, encabezando en este caso la candidatura de IU, en un clima de desencanto social que ha provocado, a su vez, la ascensión de otras opciones dispuestas a cambiar el ritmo de la política. También el PSOE madrileño, acuciado por los acontecimientos, ha dado un giro con Ángel Gabilondo, catedrático en filosofía y metafísica. Pero nada más prosaico, en cambio, que los cuentos de Ignacio González sobre su ático de Estepona o los discursos vanidosos de Esperanza Aguirre, una antítesis del poema que escribió contra sí mismo precisamente un tío suyo: Contra Jaime Gil de Biedma.