Desde el helicóptero, el ministro Jorge Fernández Díazsobrevolará hoy el valle del Ebro para contemplar las impresionantes imágenes que ha dejado una avenida extraordinaria que ha ido superando todas las previsiones. Tarde, señor ministro; para eso ya están los técnicos de Agroseguro que hoy alquilarán alguna avioneta para evaluar daños. Suena a paseo de occidental por el Serengeti tras unas inundaciones. La Unidad Militar de Emergencias ha realizado un trabajo magnífico, pero escaso en efectivos. Durante estos días en vilo hubieran sido necesarias muchas más manos y, sobre todo, medios técnicos para conducir el río con el menor daño posible para los bienes expuestos a la crecida. Hace unas semanas ya acudió a Zaragoza la vicepresidenta Sáenz de Santamaría para reunirse con los delegados del Gobierno y anunciar ayudas por el impacto de las crecidas ordinarias que antecedieron a la extraordinaria que este fin de semana ha superado todas las previsiones. El valle del Ebro no precisa solo subvenciones para paliar los efectos de estas súbitas avenidas, sino medios para prevenirlas y para defenderse de ellas. La CHE ha mostrado sus carencias como nunca antes, sin capacidad para afinar en sus pronósticos por mucho de que avisara de que alcanzaría casi los 8 metros. La DGA, sin competencias, ha asistido con más impotencia que posibilidad de actuación, en un episodio en el que solo ha podido activar medios de Protección Civil. Las máquinas de la Diputación de Zaragoza han sido esenciales para reforzar defensas, pero el problema es más profundo.

O las autoridades se toman en serio que hace falta un plan para prevenir riesgos por inundaciones o sus efectos no harán más que crecer en futuras crecidas del río. El desacuerdo en la forma de actuar no debería ser excusa. Es cierto que los vecinos exigen dragados mientras la legislación los prohíbe, como lo es que los expertos y los ecologistas piden el establecimiento de zonas inundables controladas que chocan con la propiedad privada y los intereses económicos. Pero mucho más cierto es que cada avenida extraordinaria del Ebro presenta consecuencias más devastadoras. ¿Cómo explicarles a quienes tienen su vida alrededor del río que cada vez van a estar más expuestos a sus azotes por la incapacidad de tomar decisiones? Esto, ministro, no se arregla con un paseo en helicóptero.