Un descenso a Segunda División siempre genera un periodo de depresión, desánimo y cierto desapego, que lógicamente se acentúa si el ascenso se difiere en el tiempo. Esto justamente es lo que le ha sucedido al Real Zaragoza, que cumple su segunda temporada seguida en la Liga Adelante. En estos dos largos años han sido más las tristezas que las alegrías. Sin embargo, las crisis futbolísticas, como cualquier crisis, son tanto un riesgo profundo de mayor hundimiento como una oportunidad. En la esfera institucional, el club ha aprovechado el momento de máxima dificultad como palanca de transformación y refuerzo estructural: estaba en las peores manos y ahora está en buenas manos.

En lo deportivo, estas fases depresivas también suelen abrir ventanas por donde se cuela la esperanza y la ilusión si se les permite entrar. Por ejemplo, sucedió de forma muy significativa en el año posterior al descenso de la campaña 02-03 con la aparición estelar de Cani, secundado por la energía de Iban Espadas, claves en el éxito final de la temporada. Tardó, pero en aquella ocasión el club aprovechó el momento y la oportunidad. El Zaragoza terminó siendo el Zaragoza de Cani. Ahora también lo está haciendo. Este es el Zaragoza de Vallejo, el líder espiritual de un equipo que aspira al retorno a Primera y el genial descubrimiento del actual periodo de entreguerras. Otra crisis, otra oportunidad.