El Real Zaragoza se presenta en sociedad en cada jornada. Aunque tiene un estilo muy definido y la afición reconoce por fin a los futbolistas sin necesidad de consultar Wikipedia, ya ha ofrecido bastantes muestras para comprobar que del cuerpo no se le puede caer una sola pieza original. O, si acaso, ajustar un par de ellas para que pueda competir más allá de sus espectaculares, bellos veloces y breves arrebatos ofensivos. Nueve partidos después de que amaneciera el campeonato, su columna se sostiene en poco más de once vértebras, una reconstrucción escasa para una competición de tan largo recorrido, pero digna del más alto reconocimiento deportivo, incluso médico. Con tan poco tiempo y material se ha logrado mucho. El equipo juega a impulsos, pega poco aunque con herradura en el guante, vence y para ganarle se necesita dispararle varias veces en el centro del corazón. En las tres últimas citas se lo han puesto crudo, pero contra el Mallorca tuvo paciencia y frente a Lugo y Racing explotó su confianza fuera del marco del tiempo reglamentado.

Así está entre los mejores del torneo, si bien sus triunfos (Alavés, Llagostera, Mallorca y Racing, todos sufridos y elaborados) se han gestado ante rivales de la zona media o muy baja de la clasificación. Le faltan los grandes retos para conocer de verdad su auténtica dimensión. Deslumbra su explosivo trío atacante, un centro del campo como correcta estación de paso y un bloque defensivo granítico. Víctor tiene un once para matar, pero si las circunstancias le obligan a cambios en la alineación o sobre la marcha, se le queda un conjunto con cabeza de león y cola de ratón. El híbrido pierde pujanza y, como mucho, araña.

En este proceso de conocimiento, el técnico administra con mucho acierto y no pocos desatinos la forma de suplir las bajas y de qué forma realizar los relevos para perjudicar lo menos posible al equipo. Con el descubrimiento de Jaime, la alternativa de Cabrera en al lateral izquierdo y, sin la menor duda, la titularidad incuestionable de Vallejo como compañero de Mario en el eje central, suena hasta la saciedad esta canción: Whalley, Fernández, Vallejo, Mario, Cabrera, Dorca, Ruiz de Galarreta, Jaime, Eldin, Willian José y Borja. El resto son complementos de poca fiabilidad por mucho empeño que le pongan.

El sábado, Tierno, un zurdo fino y con futuro, no hizo olvidar ni un segundo al sancionado Ruiz de Galarreta. Tampoco sujetó el timón. Rubén se marchó del campo herido en su orgullo, pero lento y con distracciones graves, su puesto pertenece a Vallejo por interés deportivo y patrimonial. La duda ofende. Como lo hace la comparativa entre Cabrera y Rico o, ahora mismo, entre un Álamo en el diván y un Jaime de subidón. Basha, Lolo, Tato y Diogo, que venían bajo sospecha, se han asentado en ella y en el banquillo. El único jugador --sin descartar a Bono-- que se podría sumar al once sin traumas para el rendimiento global es el lesionado Pedro. El Zaragoza, valiente, cruza el fuego con un traje de amianto. En el armario, sin embargo, guarda otro apolillado para las urgencias.