Se lesionó un futbolista, Marcelo Silva, y el castillo de Agné se vino abajo. La conclusión, tan simple, sería única si no fuera por que al Real Zaragoza se le vienen cayendo las edificaciones con cierta asiduidad desde hace años por razones bien graves y diversas. La ausencia de un central normal y corriente no puede servir, desde luego, para explicar por qué el equipo de Agné hizo el ridículo ayer en Cádiz. Es solo una pieza en el puzle de despropósitos de este escalofriante Zaragoza y su plantilla enana, terriblemente deficiente, incapaz de salir adelante cuando tiene dos o tres ausencias, tan naturales a lo largo de una temporada.

Ocho o diez futbolistas, a gustos, dan el nivel, como bien se relata desde la lesión del defensa uruguayo, de la que solo han pasado 17 días. Bagnack le ganó el partido al Getafe con una irritante osadía en forma de penalti. Casado animó al humilde Reus a agigantarse en La Romareda con un desajuste de regional. Fran se apuntó ayer al naufragio desde el otro lateral. «No es un problema de actitud», explicaría luego Agné. No tiene razón, o solo una parte. El Zaragoza tiró el partido cuando faltaban 43 minutos, como si entendiese que nada podía hacer para cambiar su sino. Bien es cierto que desde fuera también se comprendieron las incapacidades del conjunto de Agné, cada vez más parecido al equipo de Milla, como este al anterior, y así sucesivamente.

40 días después de la llegada de Agné, la derrota trae al presente conocidos fantasmas, espectros bien reconocibles, habituales en la historia zaragocista última, donde tan mal se siguen haciendo las cosas. Por ahí nada es casualidad. El tiempo acaba por contagiar, por agotar, por engullir, a todos. A Agné, por ejemplo, que llegó diciendo que tenía de sobra con esa plantilla, con esta, que no había excusas, que para eso estaba el filial... 56 horas antes del siniestro en el Carranza, manifestó la urgente necesitad de empezar a recuperar hombres. No le vale con los del filial, ni le valdrá con los suplentes. Cosas que no puede decir.

Bien está culpar a un lateral, al otro, al africano, al portero. La realidad enseña problemas de fondo más graves, de construcción y composición, también de humildad. Entrados ya en diciembre, el Zaragoza se ha cargado a un entrenador, ha aislado a alguno de sus futbolistas nuevos y derrumbado a otros, todo en busca de alcanzar gratis un futuro dorado sin trabajar el presente. Lo que le aguanta, además, no es cien por cien fiable. Y aún peor, tampoco se sabe bien a qué juega el equipo, disfrazado a ratos de opulento y otros de mendigo.

Está el asunto como para pensar en evitar tragedias que ya rondaron. No hace tanto que tuvo que llegar Víctor Muñoz para reconducir la nave de Paco Herrera, que se iba por el sumidero quizá para siempre. Es asunto tabú el de Segunda B, pero advierten los hombres de fútbol que el verdadero peligro de esta categoría es el descenso, asociado a la extinción. Van 17 jornadas, más derrotas que victorias, más goles en contra que a favor, más desolación que esperanza. A Raúl Agné se le ha caído el castillo. Le toca cambiar cosas, proponer, exigirse y exigir, arriba y abajo. Con lo que tiene, visto está, no le basta. Aunque la culpa, que lo sepa, se la acabarán echando a él.